lunes, enero 16, 2006

Carretera en la oscuridad.


Hacía frío pero no nos importaba porque no pensábamos salir del coche. Cuando te alejas de la ciudad la oscuridad es otra. Nosotros sólo queríamos estar juntos, tener un refugio, un lugar. Las sombras más oscuras de los árboles contrastan con los edificios iluminados del perfil urbano. La carretera es poco más que un sendero asfaltado, uno de tantos que hieren la cada vez más moribunda huerta. Nos mirábamos a los ojos, sonreíamos como niños, nos cogíamos de la mano mientras hacíamos planes. Fuera seguían el frío y las sombras.

De pronto una sombra más apareció en el espejo retrovisor. Había alguien ahí fuera. Distinguíamos la silueta oscura del hombre que caminaba hacia nosotros. No lo confesamos pero ambos sentimos un escalofrío. Nos miramos y él encendió el motor. Dijo que era por precaución. Por precaución. No quise preguntar precaución ante qué, no hablé, admitir los miedos es como alimentarlos, de modo que callé y dije que sí con la cabeza. Arrancamos y avanzamos por los meandros de la carretera oscura. Una pequeña alquería en ruinas a nuestra izquierda. Aquello cada vez me gustaba menos, no podía evitar la sensación de que el hombre podía alcanzarnos, que aunque nosotros fuéramos en coche y él andando, en cualquier momento volvería a ver su sombra tras mi reflejo en el espejo. Su aparición tan repentina le confería una especie de halo sobrenatural. Sus pasos podían alargarse como los de un gigante, pronto nos alcanzaría.

Y lo que no debía ocurrir, ocurrió: la estrecha carretera se acabó. Justo ante nuestros ojos. Era un callejón sin salida. Ninguno de los dos habló. En silencio él maniobró para dar la vuelta, pero el asfalto no tenía suficiente anchura y en cualquier momento podíamos meter la rueda del coche en una acequia o quedarnos atrapados en los campos llenos de barro. Tuve miedo de mirar el espejo retrovisor, ¿qué hacer si la sombra estaba allí?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Noche de lluvia, noche de tierra, noche de barro.

Noche de luna llena revive las sombras inertes en el fango.

Nadie escapa de los miedos mundanos.

Solo desliza sobre la huerta sus pies fatigados.

Un refugio donde dormir y echar su cuerpo cansado.

Un palmo de tierra, de lluvia, de suelo, de corazón agotado.