lunes, abril 26, 2010

Química

Me cuesta respirar, estoy asustada. Podría ir al médico mañana y explicarle que los antidepresivos no son suficientes, que la ansiedad sigue enseñoreándose de mi cuerpo, que estoy tan nerviosa que apenas puedo mantenerme en la silla. Puedo decirle que me abrazo a mi misma mientras tengo un nudo en la garganta, que siete años después de dejarlo fumo un cigarrillo tras otro. ¿Pero qué voy a conseguir en la consulta: alprazolam? Vía directa a la autodestrucción, no puedo controlar las benzodiazepinas. Tengo ganas de romperme en lágrimas, ¿qué maldita frustración es la que supura mi piel? ¿Son tan sólo la dopamina y la serotonina desequilibradas? ¿Sólo he de encontrar la dosis justa y mi mundo volverá a verse estable? ¿Han sido estos años de tristeza el mero producto de un desajuste químico unido a una mentalidad soñadora y con propensión a la melancolía? ¿Quién soy yo entonces?

Endormie

Endormie
Roman Zaslonov 19..
La respiración es más entrecortada de lo normal. El estómago se me ha cerrado en un nudo. Tengo ganas de llorar. Me he hecho una taza de té dispuesta a enfrentarme a la mañana con optimismo, es un día hermoso. Pienso en lo que diría mi niña, mi Clara, mi fe. Me hablaría de lo afortunada que soy, me diría que me duchara, me vistiera y saliera al exterior, que cerrara los ojos y respirara hondo, que sintiera la vida bullendo a mi alrededor. Hoy en el jardín de las hadas sólo existe el sol, el piar de los pájaros y el ladrido de mis pequeñas. A lo lejos se oye un martillo que golpea la madera. Es un sonido agradable, de futuro. Hago lo que me diría mi pececito: ordeno la casa a mi alrededor, ordeno los pensamientos en mi interior, me pongo perfume y un poco de brillo en los labios. Me miro en el espejo y me veo guapa, pero cuando vengo a darme cuenta estoy aguantando la respiración y mi pecho apenas tiene fuerzas para llenar los pulmones. La sangre parece haberse espesado dentro de mí. Se ha convertido en tristeza. Pienso en cortar mi cuerpo y sacar de él ese líquido tumefacto y transparente que otrora fuera sangre. Cortes en las muñecas. La tristeza fuera de mí como si de un veneno se tratara, limpiar mi alma por dentro y por fuera, dejarla reluciente y sin miedos. Salgo al jardín y los pájaros no están en mi cabeza, están a mi alrededor y les oigo piar. Levanto mi pelo y lo dejo caer sobre mis hombros, limpio y brillante. Suenan las canciones de Nacho y bailoteo en la hierba con el cuerpo laxo y desmadejado por efecto del hachís. Pienso en la ardilla que acabo de ver en el árbol y me pregunto si no será el conejo blanco que debo perseguir para entrar en el País de las Maravillas. ¿Por qué el agujero de entrada no estará a ras de suelo? ¿Por qué es más difícil para mí? Quizás yo sí perdí mi muchedad. Pero no lo creo. Pienso en el relato de Mia Couto, en la india inmensa que se consumió de amor. Pero cuando hay demasiada gente en la habitación, nadie quiere hablar de amor. Los dedos no me responden bien sobre el teclado. Respiro hondo. Cuando hay tantas vidas dentro de mí, también debe haber muertes. Muertes para renacer, para tomar impulso, para volver a empezar. Pienso en el cocodrilo Ovidio y en la ballena Filomena, sonrío, la energía recorre mi cuerpo, el optimismo lo invade. Todo va a salir bien, lo sé, al final las cosas siempre salen bien.

lunes, abril 12, 2010

Todas las muertes son tristes

Pretty Little Dead Girl
Nicole Ferrara 2009

Todas las muertes son tristes, pero la de las mujeres jóvenes me resulta más patética todavía. Patética en su sentido literal, en su esencia, la muerte de las mujeres jóvenes siempre ha removido en mi interior una melancolía vehemente, una ausencia, aún más vacía por su absurdidad. Pero morí sintiéndome feliz, y feliz continúo muerta. Cuando es una la muerta no caben lamentaciones inútiles.

El laberinto

La mujer espera en el laberinto. En un lecho inmenso, cuadrado, con un dosel de gasas que tiemblan y susurran por corrientes misteriosas que lamen los pasadizos. Las antorchas hace tiempo que chisporrotean en las paredes de piedra. La mujer espera, acostada en esa cama gigantesca. En su mente, se entrecruzan las imágenes de la bestia, el increíble hombre toro que en algún lugar está cerca. Gime e imagina las manos cuadradas del hombre, inmensas, capaces de abarcar su rostro, sus pechos, su aliento en un solo gesto, capaces de hacerle temblar de deseo, de sed de él. El muslo de ella es más blanco en contraste con la velluda piel de él, muslo contra muslo, él en su interior, penetrándola, derramándose en ella, vertiéndose en el interior de su sexualidad, mezclando las esencias. La mujer espera y gime en la oscuridad.