lunes, octubre 30, 2006

La sombra.

Isabella y el tarro de albahaca
J.White Alexander

La sombra puede aparecer en cualquier momento. Al doblar una esquina un día como los demás, al ir a comprar algo para comer; en cada recodo, de cada pequeño rincón puede surgir la sombra. Es un espectro oscuro que acelera el corazón de la chica. No sabe si de miedo o deseo de enfrentarse a él, de encontrarle cara a cara al fin y mirarle a los ojos. A veces se le aparece en los pensamientos y ella elabora largos discursos monocordes o le escribe interminables cartas que no se materializarán en nada. Las palabras nunca surgen de su boca, nunca se vierten sobre ninguna hoja en blanco, sobre ningún teclado. No hay lugar donde dirigirlas. Canta su poeta, antihéroe atiborrado de droga, que entre el dolor y la nada eligió el dolor. Ella se pregunta si hubo alguna elección, si puede haberla cuando es la propia supervivencia lo que está en juego, si hay posibilidad de voluntad cuando el dolor puede ser tan lacerante. O si es simplemente el miedo al vacío el que eligió por ella. Y se pregunta si el perfil de la sombra recortado en el cristal es aquel rostro tan amado o el de un desconocido. Se pregunta si esos pasos elásticos son los suyos o los de un transeúnte. Se pregunta si le odia. Se pregunta si tiene valor para recordar. Se pregunta si olvidará alguna vez. "Jamás te recuerdo porque nunca te olvido" y ella escucha esas palabras y piensa que él fue un cobarde por morir y dejarla sola.

lunes, octubre 23, 2006


El viento que nos arrasa.

A veces el viento arrasa mi pequeño pueblo. Golpea las paredes en las que me refugio, confunde mis pensamientos. Salgo al balcón y contemplo las luces a lo lejos, el campanario cercano que mi abuelo me pidió que nunca perdiera de vista y el viejo perfil de las casas que conozco de memoria. Me he criado en este pueblo y nunca he sido de aquí; siempre perdida en mis sueños, en mis libros, en mi soledad. De noche, luces mortecinas pintan de un naranja apagado las calles tranquilas y vacías. Siempre me parecieron tristes. Nunca dejaré de ser de aquí.

Pasa un gato.

Mi pequeño pueblo a veces despierta en mí una ligera ternura. Otras no ha sido más que el agujero del que he deseado salir a toda costa. Pero en noches como esta siento el viento que nos agita, el viento que nos arrastra. Cuando no encuentro asidero me zarandea. Mi cuerpo se golpea contra las paredes de la memoria, lo que he olvidado y lo que deseo olvidar. Pero si anclo los pies en la tierra, levanto mi rostro y me mantengo firme, sé que el viento no me hará mover ni un milímetro. Siento su fuerza en mí, la vida que recorre nuestras venas, el futuro que a cada hora abordamos. La vida que pasa y no volverá.

Iaia, hui te trobe a faltar.

martes, octubre 17, 2006

De triángulos, vértices, vórtices y geometrías varias.

La institutriz
Jean-Siméon Chardin 1739

Sostiene Mila que el amor es un triángulo.

Y rotulador en mano ha empezado a llenar la pizarrita de rayotes.

Uno de sus vértices es la pasión, me cuenta. El sexo, por supuesto, pero no sólo eso, es el disfrute, el gozo...

Otro vértice, continúa, es la intimidad, tanto emocional como sexual. Yo enseguida imagino una pareja hablando en la cama con las caritas muy juntas. Sostiene Mila que la pasión suele generar intimidad. Pero que también sucede al revés.

El tercer punto lo llama compromiso y añade que se refiere a proyectos de futuro y reglas de lealtad.
Por lo que entiendo, la pasión además de vértice es vórtice, porque en ella se genera el enamoramiento, pero ahí ya ando un poco perdida porque no veo la necesidad de una lección teórica sobre el amor. ¿Acaso no lo he saboreado y llorado ya bastante?, me pregunto mosqueada, pero mi hada buena continúa rotulador en ristre dispuesta a hacerme ver algo que se me escapa.

Parece ser que la geometría del amor no es como la de los libros, porque sostiene Mila que hay amores que se componen sólo de dos de los vértices del triángulo. Por ejemplo pasión y compromiso, que se supone que es el que menos futuro tiene. Sostiene Mila que ese es el amor fatuo. Enseguida he buscado fatuo en el diccionario y dice que significa falto de razón o entendimiento. Pero a mí fatuo me gusta más con fuego que con amor, porque los fuegos fatuos tiene cierta belleza macabra y el amor fatuo parece cosa fría y orgullosa.

Pero sostiene Mila que aún quedan dos vértices y dos combinaciones posibles más. A saber: compromiso más intimidad, que suman amor amistoso; y pasión con intimidad, que se traduce en el amor romántico.

Y viendo el gráfico me doy cuenta de lo que me quiere decir. Y no sólo de eso, sino que además hace tantos años que no tengo una relación de tres vértices que ya no estoy segura de haberla tenido alguna vez.

viernes, octubre 06, 2006

Doce segundos.


Por favor, quiero salir de aquí. Llevadme a la Quinta Blanca. Llevadme al faro y dejadme allí. Canta Drexler y el niño me lo repite: no es la luz lo que importa en verdad, son los doce segundos de oscuridad.

Gira el haz de luz para que se vea desde alta mar. Pero yo no encuentro el camino, me perdí en el fango, retazos de mis sueños. Soy un navegante que no sabe esperar. Un náufrago cansado que fantasea con dejar de intentarlo, hundirse en la oscuridad...

Pero sé que no son más que palabras, siempre palabras. Ahora he de ir a trabajar. Sombra de ojos, una sonrisa en los labios. La cabeza alta delante de todos ellos. Y mientras camine por la redacción, mientras teclee en ese viejo ordenador, por dentro pensaré que en algún lugar hay un faro que no deja de girar. Un faro que me llama.

Y que en algún lugar hay un cuento que alguien escribe para mí.

domingo, octubre 01, 2006

Rota.

Pena
Vicent Van Gogh 1882


No puedo seguir así, quiero pedir ayuda y no sé como, no sé donde. Hay momentos en los que me siento enloquecer. Estoy tumbada, con los ojos cerrados, y dentro de mí una especie de huracán lo agita todo y me entra vértigo y quiero gritar y llorar. Algo se me ha roto. Siento los añicos cortarme por dentro.

Cachitos de mi espejo interior clavándose en la carne, haciéndome sangrar.

Quien me quiere se preocupa por mí. Me riñe. Dice que no puedo saltar de abrazo en abrazo, de cama en cama. Que no debo buscar otro hombre que me cure las heridas del anterior. Que debo aprender a estar bien sola, que debo serenarme.

Y yo la miro en silencio. Y sé que tiene razón, pero pienso que si un abrazo me calma por una noche la opresión en el pecho y las ganas de arañarme la piel no puede ser tan malo. No puede serlo si una charla, un paseo y un poco de cariño me devuelven mi yo por unas horas. Pero en algo debo equivocarme. Y me repite que se preocupa por mí, que no hago caso de lo que me dice, que no quiere volver a oirme hablar de pastillas o cocaína. Y yo digo que estoy bien, que no se preocupe por mí, pero me tiembla la voz y de pronto la conversación se vuelve incómoda. Nos malinterpretamos. Cree que le digo que mis amigos no me sirven y yo no sé como decirle que sin ellos estaría muerta. Y de pronto estoy muy cansada. Y de pronto no puedo más.

La mayor parte del tiempo estoy bien, actúo con calma y coherencia, no hago tonterías. Sólo de vez en cuando rompo a llorar o me siento medio ida. Supongo que los tranquilizantes ayudan, o no, ¿quién sabe? quizás no han servido ni para bien ni para mal, sólo para sentir que me asomaba a una nueva oscuridad. Pero mañana iré a ver a mi hada buena y le explicaré y ella me ayudará. Pondremos cada cosa en su sitio. Me dirá que no debo preocuparme, que es un proceso normal. Que estaba muy débil, convaleciente de aquel amor convulso, y que el último golpe, aún sin ser muy fuerte, ha herido lo que ya era frágil. Me dirá que no me estoy volviendo loca, que son mis pensamientos que se agitan como avispas enfurecidas y me repetirá aquello de las carencias afectivas.

Que tengo un agujero en el corazón.