domingo, diciembre 27, 2009

Enseñadle las uñas del deseo.


Oh amadas, adoradas ninfas de la Creación
q
ue queréis el amor de un hombre y su cariño
y que deseáis que esa entrega sea para siempre,
sabed que hay numerosas técnicas,
para que sus ansias terminales
sufran una larga y placentera espera
Enseñadle las uñas del deseo
y hacedle saber que debe entregarse a vosotras
con empeño y dedicación y sin pensar en otra cosa
pues merecéis, como reinas de la Creación
que cada rincón de vuestro cuerpo
sea besado, acariciado y mimado
como si fuera en ello el destino
de vuestro amado

El libro del amor compartido
(adaptación de El jardín perfumado)

La habitación del hotel. Y III

Cuando entró en la habitación el aliento del pasado la golpeó con fuerza. La decoración era fría e impersonal, pero para ella era un lugar seguro, un segundo hogar. La cama, con la colcha estampada, había sido el escenario de sus noches y sus días y en ella se sentó para zanjar cuentas con el pasado. Abrió la bolsa de deporte y sacó una cabeza de su interior. La cabeza le miró en silencio. Los ojos abiertos e inmóviles, los labios mudos.

- Porque me dueles, me dueles, me dueles, me llenas de oscuridad, de soledad, de fracaso; porque te echo de menos, porque lo ocupabas todo y ahora no estás; porque quiero vivir y ser feliz, porque me lo merezco; porque no eres nada ya, porque quererte es querer un sueño, una fantasía que no es real; porque mientras tú estás no dejas sitio a nadie más, porque eres lastre y cuando te suelte volaré aún más alto; porque fuiste cobarde y me hiciste daño, porque aun sin saberlo me sigues haciendo daño, porque me aferro a tu recuerdo como una religión, porque te convertiste en mi única luz y ahora tengo miedo de la oscuridad; porque sin tí en el recuerdo seré más fuerte y estaré más viva, porque no eres el mejor ni un dios aunque como tal te adoré; porque puedo volver a amar fuera de ti y otros podrán quererme mejor de lo que tú lo hiciste nunca; porque eres pasado y un peso en mi vida, porque ya no tengo tiempo para tí, porque quiero volar y tú no supiste, porque no eres el principio y el fin de todas las cosas, porque sólo eres un hombre más; y uno cobarde por añadidura.

La cabeza permanecía inmóvil y ella la miró agotada, con la razón tintineando al borde de la quiebra. Encendió un cigarrillo y fumó en silencio con la mirada clavada en los ojos muertos. Cuando apagó la colilla, se levantó despacio como quien despierta de un largo sueño y aun no sabe bien donde está.

- No puedo más. Dijiste que pensarías en serio acerca del divorcio, dijiste que no podías tomar una decisión si yo no estaba a tu lado. No me me has dado opción. Esto se acaba hoy y para siempre. Aquí te quedas.

Y se marchó mucho más ligera de lo que había llegado. La cabeza se quedó sobre la cama.