domingo, septiembre 20, 2009

El castillo.

Me cuesta mucho menos pensar que ser, dijo Oliveira en una ocasión, y fue entonces cuando, entre el humo de los porros y el sabor del ron en la garganta, aquella joven se vio arrancada de su asiento y arrastrada por una espiral de pensamientos agazapada tras semejante aseveración. Una espiral que la condujo a un mundo de ideas y palabras.

Pensar y ser. Un castillo-laberinto lleno de escaleras que suben y bajan hacia ninguna parte, pasillos clausurados y puertas que dan a una habitación con más puertas que se abren hacia nuevas estancias. Pensar y ser, perdida en el castillo mágico de sus pensamientos, sin buscar de veras una salida hacia el ser. Porque el ser era el actuar, y la acción, por el mero hecho de ser ejecutada, se convertia en un vacío que exigía ser llenado. Actuar era necesitar hacerlo; la inacción, la ausencia de necesidades. El pensar era dilatar el tiempo, no ponerlo en marcha, creer que ese tic-tac no era más que el quejido de los engranajes oxidados de su mente y no el tiempo que no atendía a esperas.

Y aparece de pronto la idea del testigo, aquel que es testimonio de nuestra vida. Testigo frente a interlocutor, ¿dos funciones para un mismo personaje? ¿una amante para dos actores?

Pero volvamos a nuestra historia. Habíamos dejada a nuestra heroína atrapada en un laberinto de anhelos y palabras. Ella era más que la suma de sus partes, más que su carencia y su necesidad, más que el ansia y el miedo. Por eso, subió a la torre más alta y se asomó a los grandes ventanales. Y por eso, a pesar del rugido del viento, su gritó sacudió los muros y se oyó más allá de las montañas y las volutas de humo.

Entrecerró los ojos y dejó el porro en el cenicero. A su alrededor la conversación continuaba como si ella no hubiera sido absorbida por un castillo de mil habitaciones. Su amigo la miró a los ojos como preguntándole si se encontraba bien. Más que bien, pensó para sí, mientras tranquilizaba a su amigo con una amplia sonrisa. Se acabó el perderse por rutas de fango. No más pretextos. El pensar tendría que conducirla hacia el ser. Y la única revolución posible era la de la fantasía.

domingo, septiembre 13, 2009

Reflejo vergonzoso. Sociedad enferma IV


A la mayoría de sus vecinos no le gusta hablar de política, el voto es secreto le dicen, pero como es para un trabajo y la muchacha es tan seria y tan lista y la conocen de toda la vida, pues bueno, se confían a ella. Los del bajo tienen ya unos años y la mujer retuerce un pañuelo angustiada mientras con los ojos bajos, asiente a los comentarios atemorizados de su marido, que, entre susurros y miradas de reojo, confiesa que van a votar al partido del gobierno porque los otros quieren quitarle la pensión. La muchacha no cree que eso sea cierto, pero calla y baja los ojos para anotar la respuesta: voto por miedo.

Cuando sube a entrevistar a los del ático le recibe un torrente de maldiciones. El matrimonio propietario hizo mucho dinero vendiendo los campos del abuelo para construir una urbanización, y de cada dos frases una es: "No vamos a pagar un duro más de impuestos, ¿qué coño se creen esos rojos?" También aquí la mujer calla y es el marido quien le informa de las absurdas intenciones de esos de la oposición, que sólo quieren sangrar a los autónomos y a las pequeñas empresas hasta que tengan que cerrar y se vayan todos al paro. Eso y no otra cosa. La joven se pregunta en qué beneficiaría a ningún gobierno destrozar su propia economía y recuerda haber leído en el programa electoral un paquete de medidas para apoyar a las PYMES, pero su vecino del ático apenas presta atención a la educada incredulidad de la joven, y mientras insulta a unos y otros la vena de su cuello se hincha y late con el tic-tac de una bomba de relojería. Así que ella no insiste y anota en su libreta: voto por desinformación.

En función de su elección, cada uno de sus vecinos responde con rumores o amenazas: el miedo a pagar más o el miedo a recibir menos. Repiten los eslóganes que los líderes proclaman justo cuando el telediario conecta con ellos en directo o sencillamente muestran su simpatía o aversión por la figura, el rostro o la voz de un candidato. La viuda que vive en el tercero se sonroja al confesar que votará a la oposición porque su líder tiene unos ojos preciosos que le recuerdan a su difunto Aurelio. Voto no fundamentado, escribe la chica y reprime un suspiro ante la ruborosa viuda. Muchos de sus vecinos ni se plantean la elección, parece que decidieron un bando muchos años atrás y se enorgullecen de su fidelidad, por lo que en la libreta anota: voto cautivo, mientras su desconcierto va en aumento.




Mujer enfrente de un espejo
Christoffer Wilhelm Eckersberg 1841

La muchacha no puede menos que pensar que, puesto que la mayoría de los votos carece de un razonamiento lógico detrás, no ganará la mejor opción sino la mejor estrategia de márqueting. La democracia se basa en la capacidad de discernimiento de los ciudadanos, así que si ellos no son capaces de elegir lo mejor para todos, no existe democracia como tal. La mejor campaña comprará la entrada en la Moncloa. La joven siente crecer la rabia en su interior, ¿pero qué clase de circo es este? ¿Se merecen sus vecinos lo que tienen? ¿Tienen lo que se merecen? No son malos, es cierto, pero han entregado las llaves de su alma por desidia. ¿Acaso no son responsables? El pan y el circo borra los matices, se burla de la reflexión crítica y aplasta cualquier atisbo de discordancia. Es el triunfo del pensamiento único, ¿quién quiere pensar si otro puede hacerlo por mí y además me vende su conclusión como si siempre hubiera sido mía? ¿Es eso lo que quieren: ser utilizados, engañados y burlados?

El mal es vulgar y siempre humano. ¿Quién se atreve a contemplar su reflejo en el espejo? Sociedad enferma III

Girl at Mirror, 1954
Norman Rockwell


Otros lo hacían, eso lo sabía. Había hombres y mujeres que abandonaban sus cómodas vidas burguesas para tratar de aliviar el dolor de los más desgraciados, personas que viajaban al otro lado del mundo o, sin salir de casa, trabajaban por los necesitados de su ciudad. Pero ella se limitaba a construir en su mente prístinas teorías, en las que las ideas se engarzaban unas a las otras hasta elevar hermosos palacios de cristal dialécticos. Sólo eso. Ideas. No era tan valiente.

El mal es vulgar y siempre humano,
y duerme en nuestra cama y
come en nuestra mesa.


Wystan Hugh Auden

Y de nuevo miraba a su alrededor, a la gente que le rodeaba. Les miraba a los ojos, uno a uno, y sabía que no eran malas personas. Sólo eran hombres y mujeres luchando por su felicidad, abriéndose camino en la vida, enfrentándose a retos, esforzándose. No eran malos, pero apartaban la mirada del televisor cuando a la hora de comer se enfrentaban a las imágenes de niños de vientre hinchado y párpados cubiertos de moscas. "Esto es una pena", decían, "pero no es momento para emitir semejantes horrores, hombre, si es que se te quita hasta el apetito". No eran malos, pero estaban demasiado cansados al llegar a casa como para jugar con sus hijos y por eso les regalaban un ordenador y una consola. Se enorgullecían de la belleza de su tierra, pero no decían nada cuando el ayuntamiento convertía en urbanizable esa maravillosa cala o el valle de los pinos. Las revistas del corazón y los periódicos deportivos les gustaban mucho más que la prensa diaria o las revistas de análisis. Y en todas las casas se veía la tele después de cenar, ¿qué iban a hacer si no, jugar a las cartas?; y ponían programas de variedades o películas americanas, de esas que pegan muchos tiros y salen actrices guapísimas. Estaban agotados, no tenían ganas de pensar, ¿acaso no tenían derecho a un poco de tranquilidad al final del día? No eran mala gente, sólo gente como tú y como yo.

“El hombre, por estar condenado a ser libre,
lleva todo el peso del mundo sobre sus espaldas (...).
En ese sentido, la responsabilidad del para – sí (o sea del
hombre) es abrumadora, porque es aquel
por quien se hace que haya un mundo."

Jean Paul Sartre
El ser y la nada
La joven sigue dándole vueltas a las causas de esa enfermedad que asola a la sociedad. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cuándo el egoísmo y la envidia comenzaron a burlarse del honor, la dignidad y la sabiduría? ¿Pero no somos nosotros los que tomamos las decisiones? ¿No es la mayoría la que tiene el poder?, se pregunta nuestra protagonista, es imposible que nadie quiera esto. ¿Por qué iban a preferir un mundo consumista y superficial a una sociedad de valores y comprometida con la justicia? ¿No es la mayoría la que toma las decisiones, la que elige a sus gobernantes, la que obtiene lo que quiere? ¿No es eso la democracia?

Joven mujer desnuda ante un espejo (detalle)
Giovanni Bellini 1515

Nuestra joven decide investigar. Quiere saber por qué los futbolistas ganan más dinero que los científicos, por qué en la televisión personajes incultos y maleducados exhiben su zafia vulgaridad y no hay espacio para las reflexiones de los filósofos, escritores y ensayistas más prestigiosos. "¡Buf! ¿Quién quiere esos rollos en la tele, bonita? Un poco de entretenimiento que además es como la vida misma, un experimento sociológico." Y la muchacha asiente, repentinamente conciente de que informarse cuesta y que de entre aquello de “informar, formar y entretener”, sus vecinos eligen sólo la última función de la pequeña pantalla. Y en ello coinciden con los directivos de las televisiones que se partirían de risa si alguien les recordara los otros dos supuestos objetivos del gran medio de masas. "La masa es peligrosa, seamos más listos, desactivemos su poder con pan y circo. Que nos suplique que decidamos por ella". Todos de acuerdo en que información y formación son armas demasiado peligrosas para dejarlas en manos de los ciudadanos. De hecho, ellos son los primeros en rechazar ese honor. ¿Quién quiere análisis y rigor pudiendo tener una selección de crímenes pasionales de la España negra? ¿Quién quiere ver un debate filosófico si ni siquiera salen bailarinas de largas piernas? ¿No será preferible de todas todas un exhaustivo repaso a cada uno de los entrenamientos del equipo de fútbol de la capital? Eso sí que gusta.

La muchacha pregunta entonces qué les impulsa a votar unas siglas u otras y para evitar suspicacias, explica que se trata de una encuesta anónima para un trabajo de la facultad. Muchos de los jóvenes dicen que ellos pasan de política o que de esas cosas no entienden. No, no votan, pasan de eso, ¿qué es lo que no entiende?

La chica que se creía demasiado lista. Sociedad enferma II

El espejo
Sir William Orpen 1900


“Les despreciaba porque pudiendo
hacer tanto se atrevieron a tan poco.”
Albert Camus
“La peste”
Viajemos ahora al pasado para contemplar a la protagonista de nuestra historia. Se considera inteligente. Mira a su alrededor y ve un mundo con problemas. Identifica parte de las causas: cree que la ignorancia convierte a la gente en masa esclava, cree que el egoísmo se ha convertido en la lógica habitual. Masa ignorante que se afana en sus propias pequeñas vidas y nunca levanta la cabeza para mirar el dibujo global. Ya hemos dicho que la muchacha es joven, y por tanto es orgullosa. Ella se ve a sí misma como una de las pocas personas que levanta la mirada y mira más allá. Cree ser capaz de eliminar los detalles y artificios y entender la esencia. Y la esencia es que algo debe hacerse. Ella es inteligente, ya lo hemos dicho, así que se siente en la obligación moral de intervenir. Ella ve y quien ha visto ya no debe cerrar los ojos, piensa. Podría ser un héroe, podría luchar… Pero el tiempo pasa y ella no hace nada. Da dinero a varias ONG’s, pero se lo puede permitir, tampoco es nada del otro mundo. Cree que debería actuar y sin embargo continúa con su vida sin hacer nada, todo dentro de su cabeza como un bello ejercicio dialéctico. Observa entonces a las personas que le rodean, algunas muy válidas, pero aunque parecen coincidir en el análisis no muestran intenciones de traducir ese diagnóstico en acción. Y ella sigue sin hacer nada, pero se siente mal, se siente culpable. La culpa es oscura y pegajosa. Podría hacer y no hace, por eso su vergüenza es mayor que la de los que le rodean, porque ella ha visto, sabe, y sin embargo no hace nada. No puedes culpar a quien no se da cuenta, a quien no entiende. Pobres ratones de vida pequeña y rutinaria que no ven más allá de sus bigotes. Amas de casa frustradas, oficinistas rutinarios, mecánicos, doctores, profesores… cada uno a lo suyo sin levantar la nariz del suelo. Ella les mira, cree que están ciegos mientras ella ve, pero sigue sin decidirse a hacer nada y ni siquiera entiende por qué. Sólo hay una explicación: es una egoísta, no quiere esa guerra, sabe que hay que lucharla, siente que es su responsabilidad hacerlo, pero no lo hace. Maldita egoísta y cobarde, se dice, avergüénzate de ti misma, ten al menos la decencia de sentirte mal, no te atrevas a permanecer indiferente ante tu deserción. Y se avergüenza, y le duele.

¿Queréis saber un secreto acerca de esta muchacha? ¿Un secreto humano y sórdido como todo lo humano? En el fondo se enorgullece de su sufrimiento, siente cierta superioridad moral. Incluso el razonamiento que le exige hacer algo por cambiar el mundo le parece impecable. Una bonita prisión en la que cada análisis, evaluación y conclusión se han transformado en ladrillos, muros y puertas de hielo frío e inhumano. Un razonamiento impecable y perfecto en el que no encuentra fisuras. Y aunque quisiera encontrarlas para no enfrentarse con la horrible verdad de su culpa, en cierto modo también le satisface no hallar ningún error.

Era joven, orgullosa y bien intencionada. No era mala, pero tampoco una santa. Tenía algo en común con la Reina de las Nieves: se exigía mucho, exigía lo mejor de ella misma y no aceptaba la debilidad como una opción. No había excusas. Quería ser fuerte y sin embargo era débil, ¿por qué no podía domeñar su debilidad?

Mujer ante un espejo. El escandaloso silencio de las personas buenas. Sociedad enferma I

Mujer con un espejo
Tiziano Vecellio 1514

"Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas".

Martín Lutero King

(Citado por José Luis Sampedro en Los Mongoles en Bagdad)

¿Quién soy? ¿Conozco el rostro que me mira desde el espejo? Iniciemos un nuevo juego. Una afirmación llevará a una conclusión y ello conllevará una toma de decisión. No se puede mirar hacia otro lado, has de decidir si lo tomas o lo dejas y contemplar tu rostro después. Puede que no te guste lo que ves. Pero esa ha sido tu elección.

Comencemos por el principio. Si esto fuera un comic diría que todo poder conlleva una gran responsabilidad. Si fuera católica hablaría de la parábola de los talentos. Como sólo soy yo, os diré que creo firmemente en la responsabilidad individual. Si tienes un talento no puedes limitarte a esconderlo, has de hacerlo crecer. Si tienes un superpoder ya no puedes ser sólo un simple oficinista o estudiante, te conviertes en un superhéroe. Es tu obligación.

Partamos de la base: mira a tu alrededor y analiza lo que ves. Te diré qué es lo que encontré yo cuando un día levanté la mirada. Vi una sociedad enferma. Una sociedad en la que conceptos como moral y ética parecían pertenecer a un pasado cargado de polvo. Una sociedad que cifraba el éxito en lo económico, el poder y también la fama. Una sociedad egoísta e ignorante. Una sociedad que cerraba los ojos y miraba hacia otro lado mientras el mundo se desgarraba por la injusticia y la vulgaridad. Una sociedad en la que nadie quería tener demasiado cerca el dolor del otro. Sí, yo he mirado hacia otro lado. Y tú también lo has hecho. Las personas de bien sentimos una cierta conmiseración, lamentamos sinceramente el sufrimiento ajeno y de inmediato huimos a nuestras rutinas para proteger nuestras frágiles conciencias, cargados de argumentos que justifican nuestra deserción. Pobre, decimos, no hay derecho. Y eso es todo lo que hacemos, todo lo que podemos hacer, al fin y al cabo, ¿qué vamos a hacer nosotros?

Imagino que ya veis por donde voy. ¿Acaso ha cambiado algo? Nuestro mundo está enfermo. Diréis que también hay belleza y bondad a nuestro alrededor, y estaréis en lo cierto. Diréis que cada día vemos ejemplos de generosidad, de sacrificio, de justicia. Y también será cierto. El ser humano es capaz de lo más hermoso y lo más abyecto, de maravillarnos y horrorizarnos a partes iguales. Pero tenemos un poder en el que cifro mi esperanza y baso mi fe: el de la elección. Aún no estamos condenados, podemos elegir. Y antes de que un Yahvé furioso haga llover azufre y fuego, tendremos que elegir entre la sociedad del becerro de oro o la de la biblioteca de Alejandría.