domingo, septiembre 13, 2009

La chica que se creía demasiado lista. Sociedad enferma II

El espejo
Sir William Orpen 1900


“Les despreciaba porque pudiendo
hacer tanto se atrevieron a tan poco.”
Albert Camus
“La peste”
Viajemos ahora al pasado para contemplar a la protagonista de nuestra historia. Se considera inteligente. Mira a su alrededor y ve un mundo con problemas. Identifica parte de las causas: cree que la ignorancia convierte a la gente en masa esclava, cree que el egoísmo se ha convertido en la lógica habitual. Masa ignorante que se afana en sus propias pequeñas vidas y nunca levanta la cabeza para mirar el dibujo global. Ya hemos dicho que la muchacha es joven, y por tanto es orgullosa. Ella se ve a sí misma como una de las pocas personas que levanta la mirada y mira más allá. Cree ser capaz de eliminar los detalles y artificios y entender la esencia. Y la esencia es que algo debe hacerse. Ella es inteligente, ya lo hemos dicho, así que se siente en la obligación moral de intervenir. Ella ve y quien ha visto ya no debe cerrar los ojos, piensa. Podría ser un héroe, podría luchar… Pero el tiempo pasa y ella no hace nada. Da dinero a varias ONG’s, pero se lo puede permitir, tampoco es nada del otro mundo. Cree que debería actuar y sin embargo continúa con su vida sin hacer nada, todo dentro de su cabeza como un bello ejercicio dialéctico. Observa entonces a las personas que le rodean, algunas muy válidas, pero aunque parecen coincidir en el análisis no muestran intenciones de traducir ese diagnóstico en acción. Y ella sigue sin hacer nada, pero se siente mal, se siente culpable. La culpa es oscura y pegajosa. Podría hacer y no hace, por eso su vergüenza es mayor que la de los que le rodean, porque ella ha visto, sabe, y sin embargo no hace nada. No puedes culpar a quien no se da cuenta, a quien no entiende. Pobres ratones de vida pequeña y rutinaria que no ven más allá de sus bigotes. Amas de casa frustradas, oficinistas rutinarios, mecánicos, doctores, profesores… cada uno a lo suyo sin levantar la nariz del suelo. Ella les mira, cree que están ciegos mientras ella ve, pero sigue sin decidirse a hacer nada y ni siquiera entiende por qué. Sólo hay una explicación: es una egoísta, no quiere esa guerra, sabe que hay que lucharla, siente que es su responsabilidad hacerlo, pero no lo hace. Maldita egoísta y cobarde, se dice, avergüénzate de ti misma, ten al menos la decencia de sentirte mal, no te atrevas a permanecer indiferente ante tu deserción. Y se avergüenza, y le duele.

¿Queréis saber un secreto acerca de esta muchacha? ¿Un secreto humano y sórdido como todo lo humano? En el fondo se enorgullece de su sufrimiento, siente cierta superioridad moral. Incluso el razonamiento que le exige hacer algo por cambiar el mundo le parece impecable. Una bonita prisión en la que cada análisis, evaluación y conclusión se han transformado en ladrillos, muros y puertas de hielo frío e inhumano. Un razonamiento impecable y perfecto en el que no encuentra fisuras. Y aunque quisiera encontrarlas para no enfrentarse con la horrible verdad de su culpa, en cierto modo también le satisface no hallar ningún error.

Era joven, orgullosa y bien intencionada. No era mala, pero tampoco una santa. Tenía algo en común con la Reina de las Nieves: se exigía mucho, exigía lo mejor de ella misma y no aceptaba la debilidad como una opción. No había excusas. Quería ser fuerte y sin embargo era débil, ¿por qué no podía domeñar su debilidad?

2 comentarios:

George dijo...

joooo!!! que cansina, si
se exigía mucho, porcua no fas res?

A veces hasta las excrecencias son bonitas, lo mas bonito del hombre no es poder tener Beethovenes, sino la variedad, incluso la inmundicia del hombre puede ser bonita, entre otras cosas te ayuda a valorar.

En efecto todo empieza por uno mismo, uno debe poner su granito, como ayudar al mundo si no nos ayudamos a nosotros mismos, ayúdate, se feliz.

Descansa, muack.

Esther Hhhh dijo...

En cierto modo estoy con George, quizá debería moverse, pero a veces es más fácil quedarse quieta, ¿no?

Besitos