domingo, diciembre 27, 2009

Enseñadle las uñas del deseo.


Oh amadas, adoradas ninfas de la Creación
q
ue queréis el amor de un hombre y su cariño
y que deseáis que esa entrega sea para siempre,
sabed que hay numerosas técnicas,
para que sus ansias terminales
sufran una larga y placentera espera
Enseñadle las uñas del deseo
y hacedle saber que debe entregarse a vosotras
con empeño y dedicación y sin pensar en otra cosa
pues merecéis, como reinas de la Creación
que cada rincón de vuestro cuerpo
sea besado, acariciado y mimado
como si fuera en ello el destino
de vuestro amado

El libro del amor compartido
(adaptación de El jardín perfumado)

La habitación del hotel. Y III

Cuando entró en la habitación el aliento del pasado la golpeó con fuerza. La decoración era fría e impersonal, pero para ella era un lugar seguro, un segundo hogar. La cama, con la colcha estampada, había sido el escenario de sus noches y sus días y en ella se sentó para zanjar cuentas con el pasado. Abrió la bolsa de deporte y sacó una cabeza de su interior. La cabeza le miró en silencio. Los ojos abiertos e inmóviles, los labios mudos.

- Porque me dueles, me dueles, me dueles, me llenas de oscuridad, de soledad, de fracaso; porque te echo de menos, porque lo ocupabas todo y ahora no estás; porque quiero vivir y ser feliz, porque me lo merezco; porque no eres nada ya, porque quererte es querer un sueño, una fantasía que no es real; porque mientras tú estás no dejas sitio a nadie más, porque eres lastre y cuando te suelte volaré aún más alto; porque fuiste cobarde y me hiciste daño, porque aun sin saberlo me sigues haciendo daño, porque me aferro a tu recuerdo como una religión, porque te convertiste en mi única luz y ahora tengo miedo de la oscuridad; porque sin tí en el recuerdo seré más fuerte y estaré más viva, porque no eres el mejor ni un dios aunque como tal te adoré; porque puedo volver a amar fuera de ti y otros podrán quererme mejor de lo que tú lo hiciste nunca; porque eres pasado y un peso en mi vida, porque ya no tengo tiempo para tí, porque quiero volar y tú no supiste, porque no eres el principio y el fin de todas las cosas, porque sólo eres un hombre más; y uno cobarde por añadidura.

La cabeza permanecía inmóvil y ella la miró agotada, con la razón tintineando al borde de la quiebra. Encendió un cigarrillo y fumó en silencio con la mirada clavada en los ojos muertos. Cuando apagó la colilla, se levantó despacio como quien despierta de un largo sueño y aun no sabe bien donde está.

- No puedo más. Dijiste que pensarías en serio acerca del divorcio, dijiste que no podías tomar una decisión si yo no estaba a tu lado. No me me has dado opción. Esto se acaba hoy y para siempre. Aquí te quedas.

Y se marchó mucho más ligera de lo que había llegado. La cabeza se quedó sobre la cama.

jueves, octubre 29, 2009

Donde la boca me sabe a humo y ron.

Conducía sintiendo el sol sobre la piel y las ganas de llorar bajo el alma. Conducía sin saber dónde quería llegar. Y sin embargo, he venido a casa.

Tengo miedo de estar desenamorándome. Tengo miedo de perder esa intensidad. De haberme equivocado y que amar siempre haya sido otra cosa. De pronto quiero huir, coger el coche y marcharme lejos de aquí. Quiero irme y también quiero quedarme. Quiero desaparecer en las calles de París, de Madrid o en la campiña inglesa. Quiero que alguien me mire como a la Maga, quiero mirar como ella. Quiero empujar una piedrita con mi zapato y con ella llegar al Cielo o al kibbutz del deseo. Curiosear en un zoco marroquí. Subirme a un autobús en Cornualles para asomarme al final de la tierra, quiero volverle a encontrar y que nunca aparezca. Quiero hacerme pequeña, aovillarme sobre mí misma y que alguien me acaricie el pelo y me diga que todo está bien, que me quiere, que me quiere y que en algún lugar las piezas encajan. Dímelo, dí que me quieres, Dime, que el hecho de que yo, con mi torpeza y estupidez, esté viva, es lo más importante. Dímelo. Dime que te vas a quedar conmigo para siempre, dime que ya no habrán más agujeros negros desde los que no se vé la luz. Dímelo y fóllame.

Ven, abre mis piernas, acaricia los muslos desnudos. En la pantalla dos mujeres se besan en la boca, y entre el humo del cigarro y el sabor del ron, bebo mi propia saliva. Saliva lasciva. Lasciva. Saliva. Las-ci-va. Como la Lo-li-ta de Humbert Humbert. Como las putas viciosas de la pantalla. (Y no puedo evitar sonreir como ellas). Tengo hambre de besos, hambre de sexo, pero no voy a moverme, voy a quedarme quieta un poco más. Quiero que sigas ahí, donde el placer produce ondas mojadas. Cierro los ojos y me dejo acunar por la sensación. Pero el ansia me arrebata el egoísmo hedonista y no puedo esperar a que entres en mí. No quiero esperar. Te golpearía. Ven, entra, fóllame, ¿a qué esperas?

Eres un cabrón, eso me gusta.

El sol tras los párpados cerrados. Deseo de otros cuerpos, carícias de diferente tacto, mirar otro rostro. El otro. La otra. ¿También lo piensa él? La idea me asquea. No quiero saberlo. Quiero ser la amante, no la mujer. La otra, no la cornuda. La rutina. Las sociedades familiares casi por contrato. El tiempo que pasa y nada es como el primer día cuando bajaste el espejo de la pared y yo sólo llevaba puestos unos vaqueros. Madrugar, obligaciones... no encuentro el lugar donde escondí mi magia.

Acariciar la fuerza adivinada tras otra piel, sentir la polla en los límites del yo, arrasada por fuerzas más allá de mis desvaríos dementes, más allá de la eterna duda y la fealdad cotidiana. Una mano grande estira mi pelo o me agarra del cuello. Me sujeta con fuerza mientras el ansia y el deseo me empujan lejos, lejos, al país del sexo, donde yo ya no soy yo ni nadie, sólo el placer animal y morboso del momento. Ven, ponme otra raya de coca, píntala para mí. Espera, quiero más ron. Y me lamo los labios y te lamo la polla y en ese momento todo da igual. Las chicas de la pantalla juegan con sus coñitos y yo lo veo todo en rojo y negro. Los labios rojos. Dos pedazos de tela rojo que enmarcan más que cubrirme los pechos. Siempre me ha gustado el rojo. Me escupes en la boca y yo me río antes de que me beses con rabia. Y te busco con la lengua, con las manos y con el alma. Te pongo las tetas en la boca. Más, más, dame más.

Ven, muérdeme los pezones, ven, haz que enloquezca, llévame al país del sexo, llévame a ese lugar donde todo es rojo y negro. Donde la boca me sabe a humo y ron. Llévame ahora. No se me ocurre otro sitio más real.

domingo, septiembre 20, 2009

El castillo.

Me cuesta mucho menos pensar que ser, dijo Oliveira en una ocasión, y fue entonces cuando, entre el humo de los porros y el sabor del ron en la garganta, aquella joven se vio arrancada de su asiento y arrastrada por una espiral de pensamientos agazapada tras semejante aseveración. Una espiral que la condujo a un mundo de ideas y palabras.

Pensar y ser. Un castillo-laberinto lleno de escaleras que suben y bajan hacia ninguna parte, pasillos clausurados y puertas que dan a una habitación con más puertas que se abren hacia nuevas estancias. Pensar y ser, perdida en el castillo mágico de sus pensamientos, sin buscar de veras una salida hacia el ser. Porque el ser era el actuar, y la acción, por el mero hecho de ser ejecutada, se convertia en un vacío que exigía ser llenado. Actuar era necesitar hacerlo; la inacción, la ausencia de necesidades. El pensar era dilatar el tiempo, no ponerlo en marcha, creer que ese tic-tac no era más que el quejido de los engranajes oxidados de su mente y no el tiempo que no atendía a esperas.

Y aparece de pronto la idea del testigo, aquel que es testimonio de nuestra vida. Testigo frente a interlocutor, ¿dos funciones para un mismo personaje? ¿una amante para dos actores?

Pero volvamos a nuestra historia. Habíamos dejada a nuestra heroína atrapada en un laberinto de anhelos y palabras. Ella era más que la suma de sus partes, más que su carencia y su necesidad, más que el ansia y el miedo. Por eso, subió a la torre más alta y se asomó a los grandes ventanales. Y por eso, a pesar del rugido del viento, su gritó sacudió los muros y se oyó más allá de las montañas y las volutas de humo.

Entrecerró los ojos y dejó el porro en el cenicero. A su alrededor la conversación continuaba como si ella no hubiera sido absorbida por un castillo de mil habitaciones. Su amigo la miró a los ojos como preguntándole si se encontraba bien. Más que bien, pensó para sí, mientras tranquilizaba a su amigo con una amplia sonrisa. Se acabó el perderse por rutas de fango. No más pretextos. El pensar tendría que conducirla hacia el ser. Y la única revolución posible era la de la fantasía.

domingo, septiembre 13, 2009

Reflejo vergonzoso. Sociedad enferma IV


A la mayoría de sus vecinos no le gusta hablar de política, el voto es secreto le dicen, pero como es para un trabajo y la muchacha es tan seria y tan lista y la conocen de toda la vida, pues bueno, se confían a ella. Los del bajo tienen ya unos años y la mujer retuerce un pañuelo angustiada mientras con los ojos bajos, asiente a los comentarios atemorizados de su marido, que, entre susurros y miradas de reojo, confiesa que van a votar al partido del gobierno porque los otros quieren quitarle la pensión. La muchacha no cree que eso sea cierto, pero calla y baja los ojos para anotar la respuesta: voto por miedo.

Cuando sube a entrevistar a los del ático le recibe un torrente de maldiciones. El matrimonio propietario hizo mucho dinero vendiendo los campos del abuelo para construir una urbanización, y de cada dos frases una es: "No vamos a pagar un duro más de impuestos, ¿qué coño se creen esos rojos?" También aquí la mujer calla y es el marido quien le informa de las absurdas intenciones de esos de la oposición, que sólo quieren sangrar a los autónomos y a las pequeñas empresas hasta que tengan que cerrar y se vayan todos al paro. Eso y no otra cosa. La joven se pregunta en qué beneficiaría a ningún gobierno destrozar su propia economía y recuerda haber leído en el programa electoral un paquete de medidas para apoyar a las PYMES, pero su vecino del ático apenas presta atención a la educada incredulidad de la joven, y mientras insulta a unos y otros la vena de su cuello se hincha y late con el tic-tac de una bomba de relojería. Así que ella no insiste y anota en su libreta: voto por desinformación.

En función de su elección, cada uno de sus vecinos responde con rumores o amenazas: el miedo a pagar más o el miedo a recibir menos. Repiten los eslóganes que los líderes proclaman justo cuando el telediario conecta con ellos en directo o sencillamente muestran su simpatía o aversión por la figura, el rostro o la voz de un candidato. La viuda que vive en el tercero se sonroja al confesar que votará a la oposición porque su líder tiene unos ojos preciosos que le recuerdan a su difunto Aurelio. Voto no fundamentado, escribe la chica y reprime un suspiro ante la ruborosa viuda. Muchos de sus vecinos ni se plantean la elección, parece que decidieron un bando muchos años atrás y se enorgullecen de su fidelidad, por lo que en la libreta anota: voto cautivo, mientras su desconcierto va en aumento.




Mujer enfrente de un espejo
Christoffer Wilhelm Eckersberg 1841

La muchacha no puede menos que pensar que, puesto que la mayoría de los votos carece de un razonamiento lógico detrás, no ganará la mejor opción sino la mejor estrategia de márqueting. La democracia se basa en la capacidad de discernimiento de los ciudadanos, así que si ellos no son capaces de elegir lo mejor para todos, no existe democracia como tal. La mejor campaña comprará la entrada en la Moncloa. La joven siente crecer la rabia en su interior, ¿pero qué clase de circo es este? ¿Se merecen sus vecinos lo que tienen? ¿Tienen lo que se merecen? No son malos, es cierto, pero han entregado las llaves de su alma por desidia. ¿Acaso no son responsables? El pan y el circo borra los matices, se burla de la reflexión crítica y aplasta cualquier atisbo de discordancia. Es el triunfo del pensamiento único, ¿quién quiere pensar si otro puede hacerlo por mí y además me vende su conclusión como si siempre hubiera sido mía? ¿Es eso lo que quieren: ser utilizados, engañados y burlados?

El mal es vulgar y siempre humano. ¿Quién se atreve a contemplar su reflejo en el espejo? Sociedad enferma III

Girl at Mirror, 1954
Norman Rockwell


Otros lo hacían, eso lo sabía. Había hombres y mujeres que abandonaban sus cómodas vidas burguesas para tratar de aliviar el dolor de los más desgraciados, personas que viajaban al otro lado del mundo o, sin salir de casa, trabajaban por los necesitados de su ciudad. Pero ella se limitaba a construir en su mente prístinas teorías, en las que las ideas se engarzaban unas a las otras hasta elevar hermosos palacios de cristal dialécticos. Sólo eso. Ideas. No era tan valiente.

El mal es vulgar y siempre humano,
y duerme en nuestra cama y
come en nuestra mesa.


Wystan Hugh Auden

Y de nuevo miraba a su alrededor, a la gente que le rodeaba. Les miraba a los ojos, uno a uno, y sabía que no eran malas personas. Sólo eran hombres y mujeres luchando por su felicidad, abriéndose camino en la vida, enfrentándose a retos, esforzándose. No eran malos, pero apartaban la mirada del televisor cuando a la hora de comer se enfrentaban a las imágenes de niños de vientre hinchado y párpados cubiertos de moscas. "Esto es una pena", decían, "pero no es momento para emitir semejantes horrores, hombre, si es que se te quita hasta el apetito". No eran malos, pero estaban demasiado cansados al llegar a casa como para jugar con sus hijos y por eso les regalaban un ordenador y una consola. Se enorgullecían de la belleza de su tierra, pero no decían nada cuando el ayuntamiento convertía en urbanizable esa maravillosa cala o el valle de los pinos. Las revistas del corazón y los periódicos deportivos les gustaban mucho más que la prensa diaria o las revistas de análisis. Y en todas las casas se veía la tele después de cenar, ¿qué iban a hacer si no, jugar a las cartas?; y ponían programas de variedades o películas americanas, de esas que pegan muchos tiros y salen actrices guapísimas. Estaban agotados, no tenían ganas de pensar, ¿acaso no tenían derecho a un poco de tranquilidad al final del día? No eran mala gente, sólo gente como tú y como yo.

“El hombre, por estar condenado a ser libre,
lleva todo el peso del mundo sobre sus espaldas (...).
En ese sentido, la responsabilidad del para – sí (o sea del
hombre) es abrumadora, porque es aquel
por quien se hace que haya un mundo."

Jean Paul Sartre
El ser y la nada
La joven sigue dándole vueltas a las causas de esa enfermedad que asola a la sociedad. ¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cuándo el egoísmo y la envidia comenzaron a burlarse del honor, la dignidad y la sabiduría? ¿Pero no somos nosotros los que tomamos las decisiones? ¿No es la mayoría la que tiene el poder?, se pregunta nuestra protagonista, es imposible que nadie quiera esto. ¿Por qué iban a preferir un mundo consumista y superficial a una sociedad de valores y comprometida con la justicia? ¿No es la mayoría la que toma las decisiones, la que elige a sus gobernantes, la que obtiene lo que quiere? ¿No es eso la democracia?

Joven mujer desnuda ante un espejo (detalle)
Giovanni Bellini 1515

Nuestra joven decide investigar. Quiere saber por qué los futbolistas ganan más dinero que los científicos, por qué en la televisión personajes incultos y maleducados exhiben su zafia vulgaridad y no hay espacio para las reflexiones de los filósofos, escritores y ensayistas más prestigiosos. "¡Buf! ¿Quién quiere esos rollos en la tele, bonita? Un poco de entretenimiento que además es como la vida misma, un experimento sociológico." Y la muchacha asiente, repentinamente conciente de que informarse cuesta y que de entre aquello de “informar, formar y entretener”, sus vecinos eligen sólo la última función de la pequeña pantalla. Y en ello coinciden con los directivos de las televisiones que se partirían de risa si alguien les recordara los otros dos supuestos objetivos del gran medio de masas. "La masa es peligrosa, seamos más listos, desactivemos su poder con pan y circo. Que nos suplique que decidamos por ella". Todos de acuerdo en que información y formación son armas demasiado peligrosas para dejarlas en manos de los ciudadanos. De hecho, ellos son los primeros en rechazar ese honor. ¿Quién quiere análisis y rigor pudiendo tener una selección de crímenes pasionales de la España negra? ¿Quién quiere ver un debate filosófico si ni siquiera salen bailarinas de largas piernas? ¿No será preferible de todas todas un exhaustivo repaso a cada uno de los entrenamientos del equipo de fútbol de la capital? Eso sí que gusta.

La muchacha pregunta entonces qué les impulsa a votar unas siglas u otras y para evitar suspicacias, explica que se trata de una encuesta anónima para un trabajo de la facultad. Muchos de los jóvenes dicen que ellos pasan de política o que de esas cosas no entienden. No, no votan, pasan de eso, ¿qué es lo que no entiende?

La chica que se creía demasiado lista. Sociedad enferma II

El espejo
Sir William Orpen 1900


“Les despreciaba porque pudiendo
hacer tanto se atrevieron a tan poco.”
Albert Camus
“La peste”
Viajemos ahora al pasado para contemplar a la protagonista de nuestra historia. Se considera inteligente. Mira a su alrededor y ve un mundo con problemas. Identifica parte de las causas: cree que la ignorancia convierte a la gente en masa esclava, cree que el egoísmo se ha convertido en la lógica habitual. Masa ignorante que se afana en sus propias pequeñas vidas y nunca levanta la cabeza para mirar el dibujo global. Ya hemos dicho que la muchacha es joven, y por tanto es orgullosa. Ella se ve a sí misma como una de las pocas personas que levanta la mirada y mira más allá. Cree ser capaz de eliminar los detalles y artificios y entender la esencia. Y la esencia es que algo debe hacerse. Ella es inteligente, ya lo hemos dicho, así que se siente en la obligación moral de intervenir. Ella ve y quien ha visto ya no debe cerrar los ojos, piensa. Podría ser un héroe, podría luchar… Pero el tiempo pasa y ella no hace nada. Da dinero a varias ONG’s, pero se lo puede permitir, tampoco es nada del otro mundo. Cree que debería actuar y sin embargo continúa con su vida sin hacer nada, todo dentro de su cabeza como un bello ejercicio dialéctico. Observa entonces a las personas que le rodean, algunas muy válidas, pero aunque parecen coincidir en el análisis no muestran intenciones de traducir ese diagnóstico en acción. Y ella sigue sin hacer nada, pero se siente mal, se siente culpable. La culpa es oscura y pegajosa. Podría hacer y no hace, por eso su vergüenza es mayor que la de los que le rodean, porque ella ha visto, sabe, y sin embargo no hace nada. No puedes culpar a quien no se da cuenta, a quien no entiende. Pobres ratones de vida pequeña y rutinaria que no ven más allá de sus bigotes. Amas de casa frustradas, oficinistas rutinarios, mecánicos, doctores, profesores… cada uno a lo suyo sin levantar la nariz del suelo. Ella les mira, cree que están ciegos mientras ella ve, pero sigue sin decidirse a hacer nada y ni siquiera entiende por qué. Sólo hay una explicación: es una egoísta, no quiere esa guerra, sabe que hay que lucharla, siente que es su responsabilidad hacerlo, pero no lo hace. Maldita egoísta y cobarde, se dice, avergüénzate de ti misma, ten al menos la decencia de sentirte mal, no te atrevas a permanecer indiferente ante tu deserción. Y se avergüenza, y le duele.

¿Queréis saber un secreto acerca de esta muchacha? ¿Un secreto humano y sórdido como todo lo humano? En el fondo se enorgullece de su sufrimiento, siente cierta superioridad moral. Incluso el razonamiento que le exige hacer algo por cambiar el mundo le parece impecable. Una bonita prisión en la que cada análisis, evaluación y conclusión se han transformado en ladrillos, muros y puertas de hielo frío e inhumano. Un razonamiento impecable y perfecto en el que no encuentra fisuras. Y aunque quisiera encontrarlas para no enfrentarse con la horrible verdad de su culpa, en cierto modo también le satisface no hallar ningún error.

Era joven, orgullosa y bien intencionada. No era mala, pero tampoco una santa. Tenía algo en común con la Reina de las Nieves: se exigía mucho, exigía lo mejor de ella misma y no aceptaba la debilidad como una opción. No había excusas. Quería ser fuerte y sin embargo era débil, ¿por qué no podía domeñar su debilidad?

Mujer ante un espejo. El escandaloso silencio de las personas buenas. Sociedad enferma I

Mujer con un espejo
Tiziano Vecellio 1514

"Cuando reflexionemos sobre nuestro siglo XX, no nos parecerán lo más grave las fechorías de los malvados, sino el escandaloso silencio de las buenas personas".

Martín Lutero King

(Citado por José Luis Sampedro en Los Mongoles en Bagdad)

¿Quién soy? ¿Conozco el rostro que me mira desde el espejo? Iniciemos un nuevo juego. Una afirmación llevará a una conclusión y ello conllevará una toma de decisión. No se puede mirar hacia otro lado, has de decidir si lo tomas o lo dejas y contemplar tu rostro después. Puede que no te guste lo que ves. Pero esa ha sido tu elección.

Comencemos por el principio. Si esto fuera un comic diría que todo poder conlleva una gran responsabilidad. Si fuera católica hablaría de la parábola de los talentos. Como sólo soy yo, os diré que creo firmemente en la responsabilidad individual. Si tienes un talento no puedes limitarte a esconderlo, has de hacerlo crecer. Si tienes un superpoder ya no puedes ser sólo un simple oficinista o estudiante, te conviertes en un superhéroe. Es tu obligación.

Partamos de la base: mira a tu alrededor y analiza lo que ves. Te diré qué es lo que encontré yo cuando un día levanté la mirada. Vi una sociedad enferma. Una sociedad en la que conceptos como moral y ética parecían pertenecer a un pasado cargado de polvo. Una sociedad que cifraba el éxito en lo económico, el poder y también la fama. Una sociedad egoísta e ignorante. Una sociedad que cerraba los ojos y miraba hacia otro lado mientras el mundo se desgarraba por la injusticia y la vulgaridad. Una sociedad en la que nadie quería tener demasiado cerca el dolor del otro. Sí, yo he mirado hacia otro lado. Y tú también lo has hecho. Las personas de bien sentimos una cierta conmiseración, lamentamos sinceramente el sufrimiento ajeno y de inmediato huimos a nuestras rutinas para proteger nuestras frágiles conciencias, cargados de argumentos que justifican nuestra deserción. Pobre, decimos, no hay derecho. Y eso es todo lo que hacemos, todo lo que podemos hacer, al fin y al cabo, ¿qué vamos a hacer nosotros?

Imagino que ya veis por donde voy. ¿Acaso ha cambiado algo? Nuestro mundo está enfermo. Diréis que también hay belleza y bondad a nuestro alrededor, y estaréis en lo cierto. Diréis que cada día vemos ejemplos de generosidad, de sacrificio, de justicia. Y también será cierto. El ser humano es capaz de lo más hermoso y lo más abyecto, de maravillarnos y horrorizarnos a partes iguales. Pero tenemos un poder en el que cifro mi esperanza y baso mi fe: el de la elección. Aún no estamos condenados, podemos elegir. Y antes de que un Yahvé furioso haga llover azufre y fuego, tendremos que elegir entre la sociedad del becerro de oro o la de la biblioteca de Alejandría.

domingo, agosto 30, 2009

Se acerca el invierno.


Frío. Ya siento el frío. Como dirían los Stark de Invernalia, se acerca el invierno. Mi amor tallado en hielo y mis amigos perdidos en la nieve de sus historias. El teléfono derretiría parte, pero cuando el corazón está aterido cuesta sacar el brazo de entre las mantas-armadura.


Quizás lo intente, el hielo sólo está en mi mente.

lunes, agosto 24, 2009

La pobre tía Ana.

Nunca imaginó que acabaría siendo "la pobre tía Ana". Por suerte, jamás llegó a sospechar que su muerte sería una anécdota jugosa que contar cuando la conversación decaía en una fiesta: "¿Sabéis lo que le pasó a la pobre tía Ana?" Su fantasma no descansa tranquilo. No se la podía culpar de tropezar, ¿cómo iba a saber ella que se caería? Fue mala suerte que la piscina estuviera vacía. Pobre tía Ana.

La habitación de hotel II


Boca besada
Dante Gabriel Rossetti 1859

No subió a la habitación inmediatamente. Antes de hacerlo pasó por casa y salió de ella diez minutos después con una bolsa de deporte en la mano por todo equipaje. La bolsa parecía pesar pero la mujer avanzó hacia su coche con la mirada fija y los labios apretados. Dejó la bolsa en el asiento del copiloto y se senté al volante. Miró la bolsa con cansancio en los ojos fríos.

- Me pesas. Y ya no puedo más. – Las últimas palabras apenas se oyen.- No puedo más.

Cuando llegó al hotel, la joven de la recepción se inclinaba sobre la pantalla del ordenador y no levantó la mirada. Mejor, pensó la mujer, no tenía ganas de que nadie le hablara e interfiriera en su mundo. Ruido, siempre ruido, del exterior, gente parloteando, gente molesta. Estaba harta de la gente. Sólo en el silencio podía oír el ruido interior de sus pensamientos. Entró en el ascensor y tampoco encontró a nadie en él. Bien, pensó, silencio. Había un espejo en la pared del fondo y fijó la mirada en su rostro cansado mientras se elevaban. Estaba a punto de cumplir 44 años. El rostro no mostraba la misma firmeza de veinte años antes. Como si lo hubiera esculpido en arena de playa y ahora empezara a secarse y desmoronarse. Las mejillas ya no eran tan redondas ni los labios tan carnosos. Se deshacía. Desaparecía. Había algunos cabellos blancos en su pelo. Apartó la mirada de su imagen, repentinamente asustada, y dirigió su miedo hacia la bolsa de deporte que aún sostenía en la mano.

- Esto me lo has hecho tú y me lo he hecho yo. Soy tan responsable como tú y como el tiempo.

viernes, julio 10, 2009

La habitación del hotel I

La mujer detuvo el coche en doble fila y contempló fijamente el hotel con el ronroneo de fondo del motor de su coche como una nana tranquilizadora. No había nada remarcable en el edificio. Muy lejos de esos hoteles antiguos del centro de la ciudad donde podías imaginar las historias que habían transcurrido en cada una de las habitaciones. Era un edificio alto y funcional que ahora parecía mirarla con indiferencia. Apenas podía creer que en otros tiempos ese lugar le hubiera resultado un refugio secreto y escondido en la ciudad. No había ningún encanto en sus rasgos.

Un hombre con traje y maletín salió en ese momento del edificio y se introdujo en el coche aparcado a su lado. Ella maniobró para dejarle salir. El sitio vacío parecía palpitar como las luces intermitentes del salpicadero. La mujer lo miró absorta durante un momento y aparcó con decisión en la plaza que se acababa de quedar libre.

Una vez hecho el primer movimiento, ejecutó el resto de manera mecánica. Cogió el bolso, bajó del coche, lo cerró y se encaminó a la recepción. La luz, los muebles, las plantas… todo parecía igual que antes, aunque se alegró de no reconocer a la joven que tecleaba aburrida detrás del mostrador. No recordaba cuando había tomado la decisión, pero ahora ya estaba hecho, de modo que trató de parecer natural cuando se dirigió a la recepcionista y pidió una habitación doble. Las preguntas fueron las mismas de siempre.

- ¿Cuánto tiempo?
- Una noche.
- ¿Fumadores o no fumadores?
- No fumadores.

En realidad, había recuperado el antiguo vicio, pero aquella muchachita no tenia por qué saberlo y las habitaciones para fumadores olían condenadamente mal, así que miró a la joven con los dientes apretados y dispuesta a enfrentarse a quien fuera para defender su mentira. La recepcionista no percibió a su ánimo belicoso.

- ¿Desea un piso alto?
- Sí, por favor, que dé al oeste.
- Humm, sí, claro, son los que dan a la calle Marqués de Montes.

Ella sonrió en sus pensamientos. Ya lo sabía, lo sabía perfectamente. Durante meses estuvo pidiendo una habitación que diera a esa calle.

- ¿Me deja su DNI, por favor?

Si la recepcionista se sorprendió de ver que su dirección indicaba que vivía en esa misma ciudad, no lo dijo. Podía haberse mudado, ¿no? A ella le importaba poco lo que pensara esa joven bronceada. Demasiadas veces había respondido frente a sus compañeros.

jueves, junio 25, 2009

Secretos y mentiras.

Minotauro acariciando a una mujer dormida.
"Suite Vollard"
Pablo Picasso

Querías un regalo...

y yo derramé encantado
con un grito entre tus tetas
aquel collar de perlas,

...y en ese instante el mundo terminó.


Nacho Vegas



lunes, junio 08, 2009

Uzumaki.


Los pensamientos giran, se encadenan unos a otros, se desgarran entre ellos en el interior de mi cabeza. Uzumaki, una espiral sucia y viscosa de ideas. Víctima y agresora a un tiempo. Ejército y campo de batalla. Violador y violada. Noche de mal dormir, mañana de llantos. Tan alejada de la realidad que me cuesta comportarme de manera cuerda. Demasiado tiempo libre, demasiado poco control sobre nada. Sin trabajo, sin apenas horarios, mi mente rompe con facilidad las cadenas que la atan a la realidad y se desboca en alas de la fantasía.

Hasta que de pronto soy consciente de lo que estoy haciendo, de la que he liado sin venir a cuento. De pronto compruebo con una mezcla de horror y alivio que he magnificado las cosas hasta el punto de tergiversarlas por completo. Drama queen, maldita creadora del drama. Al menos, esta vez no he necesitado pastillas para desconectar, lo he conseguido yo sola. Maldita parada, maldita exagerada. Y ahora llega la segunda parte, ¿hasta qué punto me he excedido? ¿Hasta qué punto llegan los daños? ¿Puedo solucionarlo o la he cagado de verdad esta vez?

Parece que lo he solucionado. Esta vez no traerá consecuencias. Maldita, maldita sea, ¡cómo me duele la cabeza!

La búsqueda de interlocutor.

Hannah Starkey
Sin título 1998

Sin interlocutor sólo nos queda la soledad. La necesidad de encontrar un receptor ideal es la lucha por salir del Reino de las Nieves, escapar de nuestra cárcel de hielo y encontrar un aliento humano que nos dé sentido. La palabra cura, redime, nos puede salvar.

Sin nadie a quien contar no hay nada que contar. Como decía Carmen Martín Gaite: "Cuando vivimos, las cosas nos pasan, pero cuando contamos las hacemos pasar”. Al hablar a nuestro interlocutor creamos la madeja de nuestra propia historia, nos la contamos a nosotros mismos y al hacerlo le damos un orden. Un antes y un después que la hacen real. Al fin y al cabo, las cosas nunca son de una manera o de otra; sólo son como nos las contamos. Somos en función de nuestro interlocutor.

Pero... ¿a quién contamos nuestra historia? ¿Quién será capaz de hacer que desenmarañemos la madeja? No siempre nuestra gente más querida es capaz de recibirla. El interlocutor ideal es aquel que teje con nuestro mismo hilo y con él rompe nuestra soledad. Comparte una esencia con nosotros. Se divierte con lo que nos divierte y entiende lo que entendemos. Pero ¿cómo le encontramos? Y más aún, si lo hacemos, si lo encontramos... ¿querrá asumir ese papel?

jueves, junio 04, 2009

Verano interior.

Summer Interior
Edward Hopper 1909

Algo iba mal. Después de tres meses en los que no nos habíamos separado el uno del otro, de pronto su teléfono llevaba demasiadas horas apagado. Me había marchado a trabajar esa mañana y aún no nos habíamos vuelto a ver. Le había dado un beso mientras dormía, mientras me disculpaba por el pequeño desacuerdo de la noche anterior. Había estado cansada, sólo eso. Le acaricié el pelo y le besé en los labios calientes de sueño. Era lunes y me fuí a la redacción. El trabajo era exigente, debía permanecer concentrada y esforzarme al máximo, no había excusas para los fallos, así que el día pasó rápido sin hablar con él. Esa noche fuí a dormir a casa, hacía mucho que no lo hacía y debía recordarme a menudo que tenía un lugar al que volver. Le llamé un montón de veces, pero el teléfono seguía apagado. Que extraño. ¿Qué podría haber pasado?

El martes transcurrió lentamente. El teléfono seguía apagado y mientras grababa una noticia, recuerdo que era en la Albufera, trataba de encontrar argumentos racionales que explicaran el por qué de su silencio. Ya no podía esperar más, así que en cuanto pude escaparme de la redacción, cogí el coche y puse rumbo hacia su casa dispuesta a encontrar una explicación sencilla que aclarara lo ocurrido. Llegué con el corazón en un puño, repasé el maquillaje en el espejito del coche y como nadie me abría, abrí la puerta del jardín con mis propias llaves. Estaba vacío, así que me dirigí hacia la casa. Algo iba mal, decididamente mal.

La puerta estaba cerrada, intenté abrirla pero la llave no entraba en la cerradura. Qué raro, estaba cerrada por dentro. Me asusté. Ante mis ojos desfiló su imagen inconsciente en el suelo, un charco de sangre, y por un momento, otra mujer desnuda en su cama. Pero eso no podía ser, era imposible. Pensé que se había desmayado y yacía en el suelo al otro lado de esa puerta de madera. Llamé, volví a intentarlo con la llave y acabé probando con la ventana. No tenía reja ni seguro, sólo había que deslizarla hacia un lado y allí estaba yo, entrando en la casa a través de una ventana como una ladrona cualquiera. Volví a llamarle. En el comedor no había nadie.

Le encontré en el dormitorio, sentado en la cama y liándose un porro. Estaba bien, ni inconsciente ni lleno de sangre, así que una parte de mí temió encontrar una mujer desnuda en cualquier lado. Estaba muy serio.

- Estaba preocupada, he entrado por la ventana, no podía abrir.
- Márchate.
- ¿Qué?

- Lárgate.
- ¿Que me largue? Pero, ¿qué pasa?

Estaba furioso. Me gritó que me marchara. Aquello era una pesadilla, no podía estar sucediendo de verdad, no entendía nada. Él sentado y yo de pie en la puerta de la habitación. Parecía incapaz de soportar físicamente mi presencia. Intenté pedir una explicación a aquello pero él me gritó. Se levantó y se metió en el baño, traté de acercarme y cerró la puerta con un golpe, a punto de machacarme la mano. Asustada, desconcertada y llena de dolor, miré la puerta cerrada. No sé cuando había empezado a llorar.

- Dime algo...
- ¡Que te largues! ¡No quiero verte!
- Pero dime algo...
- ¡Fuera!

- Yo...

La voz se me cortó y me quedé mirando aquella puerta entre lágrimas. Valoré por un momento el sentarme en el suelo y esperar a que saliera, pero de pronto tuve miedo de que me golpeara. Si él no me quería allí, no había otra cosa que pudiera hacer más que marcharme.

- Yo... ...te quiero.

Le dije te quiero a aquella puerta cerrada y me marché. No recuerdo como pude salir de la casa y arrancar el coche. Lloraba, lloraba entre convulsiones mientras conducía, el corazón roto, la incomprensión más absoluta. Llegué llorando a casa de mi mejor amiga. Me esperaba para ir al teatro, pero no pudimos ir. También yo me encerré en un cuarto de baño. Me estaba rompiendo en pedazos y mi amiga me permitió ese respiro. Me tiré al suelo en posición fetal y a oscuras lloré todo. Ella entró, cogió mi cabeza y me acarició hasta que pude calmarme. Fue el mes de julio del año pasado. Tardé casi tres semanas en averiguar qué había pasado allí.

miércoles, junio 03, 2009

Obras en el Paraíso.

Adán y Eva en el Jardín del Edén
Wenzel Peter (Karlsbad 1745 - Roma 1829)

Hay obras en el paraíso. Las máquinas han entrado sin compasión en mi pequeño país y durante todo el día muerden y aprisionan la tierra entre sus garras de metal. Las oigo sin saber qué hacer. Hoy es miércoles, tampoco trabajo porque mi contrato acabó el viernes. Desde entonces, llevo tres novelas leídas y me siento abrumada por la inmensidad del tiempo libre a mi alrededor. Tengo proyectos, claro, y algunas obligaciones. Quiero escribir un corto y un nuevo relato. Además en un par de semanas me examino del Superior y en un mes son las oposiciones a las que me acabo de apuntar para ver como funcionan. Pero no me apetece meterme en ninguna de esas historias. Hago fotos, leo, y me arrastro por la casa y el jardín sin saber a qué dedicarme. Paso el día sola sin hablar apenas con nadie. Podría coger la cámara y salir de excursión. Quizás lo haga, no sé, me aburro de mí misma. Mi interior vuelve a convertirse en una fiera que no halla reposo encerrada en tan exiguos límites. Inquieta. Vagamente furiosa. Debe ser la serpiente que envenena mis sueños. Pero en el Paraíso eran dos y aquí empiezo a sentirme demasiado sola. ¿Sería por eso por lo que Eva mordió la manzana? ¿Estaba en paro mientras Adán estudiaba oposiciones? ¿También soñaba ella con conciertos y drogas mientras el sonido de los pájaros se mezclaba con el de las máquinas? ¿También se miraba en los espejos para cerrar los ojos ante su reflejo hastiado?
Y mientras tanto oigo las bestias de metal, adelante y atrás, contaminando la paz del paraíso.

martes, marzo 17, 2009

Una niña llora.

Unos grandes almacenes en un día de rebajas. Hay gente por todas partes, gente en las escaleras mecánicas y en los pasillos. Gente haciendo cola en las cajas y en la puerta de los baños. Un ir y venir acelerado y ocupado en el enjambre de las abejas. Allá donde detengas tu mirada hallarás gente con prisa.

Menos en un punto. Ahí, donde se encuentra paralizada una niña pequeña. Apenas tiene unos cuatro años y desde su pequeña estatura contempla a los adultos entre lágrimas. Debe haberse perdido, en un descuido su manita se habrá soltado de la de su madre y ahora el terror la domina. Tiene tanto miedo que sólo puede llorar, impotente, incapaz de entender lo que le rodea. Sólo sabe que antes estaba segura y ahora está sola y tiene miedo. ¿No se te rompe el corazón? ¿No deseas cogerla en brazos y decirle que todo está bien? Pues así es como me siento a menudo, como una maldita niña perdida.


¿Por qué si tengo 33 años y hay canas en mi pelo, tengo los miedos de una niña de cuatro años?


¿Por qué tengo terror al abandono?


Quiero ser yo la que la coja y la abrace, quiero decirle que yo sí la quiero, que está segura entre mis brazos, que nunca la voy a dejar... pero entonces es a mí a quien le queman las lágrimas en los ojos, y soy yo la que se pregunta si algún día podré sentirme segura.


Sí, lo sé... mi mente lo sabe: la seguridad no existe, es un constructo, una ilusión. Ni alianzas en tu dedo, ni hipotecas en el banco, ni un puesto fijo van a salvarte de nada. En cualquier momento, de pronto tu manita aferra el aire y estás sola, sola y perdida entre la multitud.

sábado, enero 24, 2009

Paraíso inhabitado.


La Dama del Unicornio. Con mi solo deseo (detalle)
S. XVI Museo de Cluny (París)

¿Cuáles son los paisajes de nuestra infancia?

La infancia siempre parece un lugar mítico, un país mágico al que muchos quisiéramos regresar. O quizás no. Quizás también sea un lugar repleto de tristezas. Una sucesión de días nublados en el que una niña demasiado solitaria no quiere hablar con nadie. Sólo estar con sus libros y que la dejen en paz.

Bueno, eso no ha cambiado demasiado, ¿verdad?

La última novela de Ana Mª Matute ha agitado algo dentro de mí. Quiero poder ver como el unicornio se escapa del cuadro. Quiero sentir como sus pequeñas peñuzas hollan la hierba del bosque. Quiero creer que hay un gemelo que nunca va a abandonarme.

El mundo de los Gigantes aún me sigue resultando extraño aunque yo me haya convertido en uno de ellos.

Quiero volver a cruzar la puerta. Quiero entrar en la biblioteca mágica.

Kay y Gerda, mis pequeños amigos. Últimamente su recuerdo se despierta muy a menudo. También Ana Mª Matute los trae de vuelta en su novela. Al final la Reina de las Nieves se los ha llevado. ¿Será cierto que los niños son como los vilanos y nunca vuelven? Tampoco lo hacen los unicornios. Los que se van, nunca vuelven.

viernes, enero 23, 2009

Me importa un pito. (Por alusiones)


Promenade
Marc Chagall 1917

"No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!


Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.


¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!


Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba de comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...


¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! !María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.


Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.


¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!


Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?


Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera
imaginar que pueda hacerse el amor más que volando."




Oliverio Girondo
Espantapájaros

jueves, enero 22, 2009

¿Volar o caer?


¿Volando o cayendo?
Linda Messier 2007


Nunca había querido así. El amor es demasiado grande, no cabe dentro de mi cuerpo. Se alza y se expande como un ave de luz y fuego. Me eleva y me lleva tan alto que siento vértigo. Por eso le aprieto tanto, porque tengo miedo a caer, porque después de tantos años siendo Oliverio y buscando a la que vuela, por fin está aquí a mi lado. El hombre que me hace volar.

Cuando me besó por primera vez, todo mi mundo dió la vuelta. El beso tímido se convirtió en la urgencia de la carne en aquel puerto de Castellón. Le deseé. Quise su cuerpo, su sexo embistiendo mis caderas. Le pedí que me llevara a su casa y no lo dudó un segundo. Nunca había sentido así. El amor y el deseo llegaron de fuera y me embistieron. No pude decidir, no tuve opción. El DVD de un concierto, quizás una copa, y de nuevo la urgencia. Medio desnudos, raya blanca, tras raya blanca, los besos y las caricias. Mojados por los líquidos del deseo sentí como mi cuerpo me era arrebatado. El cuerpo y el alma. Sentí miedo de caer. El viento en la cara, el cuerpo entre sus brazos, le pedí que no me soltara.

No sé si podría soportarlo.