martes, marzo 17, 2009

Una niña llora.

Unos grandes almacenes en un día de rebajas. Hay gente por todas partes, gente en las escaleras mecánicas y en los pasillos. Gente haciendo cola en las cajas y en la puerta de los baños. Un ir y venir acelerado y ocupado en el enjambre de las abejas. Allá donde detengas tu mirada hallarás gente con prisa.

Menos en un punto. Ahí, donde se encuentra paralizada una niña pequeña. Apenas tiene unos cuatro años y desde su pequeña estatura contempla a los adultos entre lágrimas. Debe haberse perdido, en un descuido su manita se habrá soltado de la de su madre y ahora el terror la domina. Tiene tanto miedo que sólo puede llorar, impotente, incapaz de entender lo que le rodea. Sólo sabe que antes estaba segura y ahora está sola y tiene miedo. ¿No se te rompe el corazón? ¿No deseas cogerla en brazos y decirle que todo está bien? Pues así es como me siento a menudo, como una maldita niña perdida.


¿Por qué si tengo 33 años y hay canas en mi pelo, tengo los miedos de una niña de cuatro años?


¿Por qué tengo terror al abandono?


Quiero ser yo la que la coja y la abrace, quiero decirle que yo sí la quiero, que está segura entre mis brazos, que nunca la voy a dejar... pero entonces es a mí a quien le queman las lágrimas en los ojos, y soy yo la que se pregunta si algún día podré sentirme segura.


Sí, lo sé... mi mente lo sabe: la seguridad no existe, es un constructo, una ilusión. Ni alianzas en tu dedo, ni hipotecas en el banco, ni un puesto fijo van a salvarte de nada. En cualquier momento, de pronto tu manita aferra el aire y estás sola, sola y perdida entre la multitud.