domingo, septiembre 12, 2010

La llegada a la habitación 105

Erwin Olaf

Llegué a este hotel por casualidad. Un curso en una pequeña ciudad de provincias, una búsqueda rápida en la web, reserva via e-mail; y ahí estaba yo, con la maleta en la mano y una libreta por estrenar; Moleskine negra, por supuesto. El hotel era pequeño, pero tenía cierto encanto desvencijado, casi como el que se percibe en la atmosfera de La Habana. Un edificio antiguo en el centro histórico y gente amable en la recepción que me dieron la llave de la habitación 105 y me indicaron un lugar bueno y barato para comer. Estaba deseosa de empezar mis clases: Taller de Novela Negra, no es que fuera uno de mis géneros favoritos, pero ibámos a hablar de libros y a escribir, ¿qué más podía pedir? ¿En qué otro lugar podía esconderme?


De la habitación del hotel de Hopper
Daniel Torres

Las cosas en casa se habían torcido de un modo que se asemejaba demasiado a la ruptura. De hecho se trataba de eso, de una ruptura, pero yo aún no lo había asimilado. No entendía nada: ¿por qué iban a separarse dos personas que se quieren? Creía que lo podría arreglar, pero nadie puede reconstruir una copa de cristal rota y además recoger el vino derramado. Y el vidrio de esta copa parecía, pese a las apariencias, ser de los más delicados, de aquellos que tiene los bordes más punzantes y te dejan sangrando cuando tratas de recoger un pedazo del suelo. Sea como fuera, llegué a aquel hotel con el corazón rasgado, dolor en el pecho y un ambicioso plan que consistía en sobrevivir. Sumergirme en el mundo de los libros y olvidar la realidad por unos días.

El curso sobrepasó con creces todas mis expectativas. Hablábamos de literatura real, de mitos, de los orígenes de las historias. Me emocionaba. Después de cada clase nos acercábamos a un bar de la zona a pedir unas cervezas y seguir con la conversación, como si no quisiéramos que la clase terminara jamás. Pero el grupo acababa dispersándose y llegaba la hora de volver al hotel sola, a mi pequeña habitación, la 105, tomarme las pastillas que me desconectarían de la realidad y abandonarme a un sueño sin sueños. Sobrevivir a la noche y a la soledad con ayuda de las recetas de mi médico de cabecera. Había decidido seguir adelante y la única manera de hacerlo era no quedarme despierta por la noche e impedir que mi mente se dejara arrastrar por la espiral. Hubiera sido muy fácil tomar el lado oscuro: en lugar de una o dos pastillas, tomarme todo el bote y sumarle, los diazepán, quizás también los antidepresivos. Y se acabaron las luchas y los sueños fracasados, ya no sentiría que era una decepción para nadie. Me tildarían de cobarde, pero ¿qué le importa eso a un muerto? Todo habría acabado. Dejaría de estar en guerra conmigo misma.

Pero no, no iba a tomar ese camino, estaba decidida a luchar y a vivir en el fuego sin quemarme. Quería vivir el futuro, no pensaba perderme nada, así que cada día me armaba para enfrentame a la mañana y cada noche, las píldoras me protegían de mis ansias de liberación.
La llamada se produjo la tercera noche.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Si te fichan para el Picasso, espero que veas el mundo con ojos nuevos.

Enttropia dijo...

¿Qué les pasa a mis ojos de siempre? Me gusta que vean el mundo y más allá de él al mismo tiempo. ¿Por qué demuestras conocerme y al mismo tiempo firmas como Anónimo? No tiene sentido, ¿es un juego nuevo?

Esther Hhhh dijo...

Me gusta este giro novelesco... Y también que no optes por el camino fácil, aunque si lo hicieras, personalmente no pensaría que fueras cobarde. Hay que tener valor para tomar ciertas decisiones, aunque algunos no lo entiendan...

Besos

Enttropia dijo...

Querida Esther, no hay ningún giro novelesco: los hechos ocurrieron tal y como los cuento. El hombre de la habitación 104 murió y a mí me dieron la 105 cuando llegué al hotel.

Anónimo dijo...

espero que tu familia no lea esto nunca, porque joderles les tiene que joder y mucho

Jora dijo...

A mi me gustó mucho el relato, desde el punto de viste literario, claro.

Saludos!