jueves, junio 04, 2009

Verano interior.

Summer Interior
Edward Hopper 1909

Algo iba mal. Después de tres meses en los que no nos habíamos separado el uno del otro, de pronto su teléfono llevaba demasiadas horas apagado. Me había marchado a trabajar esa mañana y aún no nos habíamos vuelto a ver. Le había dado un beso mientras dormía, mientras me disculpaba por el pequeño desacuerdo de la noche anterior. Había estado cansada, sólo eso. Le acaricié el pelo y le besé en los labios calientes de sueño. Era lunes y me fuí a la redacción. El trabajo era exigente, debía permanecer concentrada y esforzarme al máximo, no había excusas para los fallos, así que el día pasó rápido sin hablar con él. Esa noche fuí a dormir a casa, hacía mucho que no lo hacía y debía recordarme a menudo que tenía un lugar al que volver. Le llamé un montón de veces, pero el teléfono seguía apagado. Que extraño. ¿Qué podría haber pasado?

El martes transcurrió lentamente. El teléfono seguía apagado y mientras grababa una noticia, recuerdo que era en la Albufera, trataba de encontrar argumentos racionales que explicaran el por qué de su silencio. Ya no podía esperar más, así que en cuanto pude escaparme de la redacción, cogí el coche y puse rumbo hacia su casa dispuesta a encontrar una explicación sencilla que aclarara lo ocurrido. Llegué con el corazón en un puño, repasé el maquillaje en el espejito del coche y como nadie me abría, abrí la puerta del jardín con mis propias llaves. Estaba vacío, así que me dirigí hacia la casa. Algo iba mal, decididamente mal.

La puerta estaba cerrada, intenté abrirla pero la llave no entraba en la cerradura. Qué raro, estaba cerrada por dentro. Me asusté. Ante mis ojos desfiló su imagen inconsciente en el suelo, un charco de sangre, y por un momento, otra mujer desnuda en su cama. Pero eso no podía ser, era imposible. Pensé que se había desmayado y yacía en el suelo al otro lado de esa puerta de madera. Llamé, volví a intentarlo con la llave y acabé probando con la ventana. No tenía reja ni seguro, sólo había que deslizarla hacia un lado y allí estaba yo, entrando en la casa a través de una ventana como una ladrona cualquiera. Volví a llamarle. En el comedor no había nadie.

Le encontré en el dormitorio, sentado en la cama y liándose un porro. Estaba bien, ni inconsciente ni lleno de sangre, así que una parte de mí temió encontrar una mujer desnuda en cualquier lado. Estaba muy serio.

- Estaba preocupada, he entrado por la ventana, no podía abrir.
- Márchate.
- ¿Qué?

- Lárgate.
- ¿Que me largue? Pero, ¿qué pasa?

Estaba furioso. Me gritó que me marchara. Aquello era una pesadilla, no podía estar sucediendo de verdad, no entendía nada. Él sentado y yo de pie en la puerta de la habitación. Parecía incapaz de soportar físicamente mi presencia. Intenté pedir una explicación a aquello pero él me gritó. Se levantó y se metió en el baño, traté de acercarme y cerró la puerta con un golpe, a punto de machacarme la mano. Asustada, desconcertada y llena de dolor, miré la puerta cerrada. No sé cuando había empezado a llorar.

- Dime algo...
- ¡Que te largues! ¡No quiero verte!
- Pero dime algo...
- ¡Fuera!

- Yo...

La voz se me cortó y me quedé mirando aquella puerta entre lágrimas. Valoré por un momento el sentarme en el suelo y esperar a que saliera, pero de pronto tuve miedo de que me golpeara. Si él no me quería allí, no había otra cosa que pudiera hacer más que marcharme.

- Yo... ...te quiero.

Le dije te quiero a aquella puerta cerrada y me marché. No recuerdo como pude salir de la casa y arrancar el coche. Lloraba, lloraba entre convulsiones mientras conducía, el corazón roto, la incomprensión más absoluta. Llegué llorando a casa de mi mejor amiga. Me esperaba para ir al teatro, pero no pudimos ir. También yo me encerré en un cuarto de baño. Me estaba rompiendo en pedazos y mi amiga me permitió ese respiro. Me tiré al suelo en posición fetal y a oscuras lloré todo. Ella entró, cogió mi cabeza y me acarició hasta que pude calmarme. Fue el mes de julio del año pasado. Tardé casi tres semanas en averiguar qué había pasado allí.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Nadie merece ser tratado así.

Esther Hhhh dijo...

Uff... No sabes cuanto te entiendo.

Besitos, querida Entro... Gracias por volver.

Anónimo dijo...

Comprendo lo que has sentido, porque a mí me ha pasado lo mismo. La falta de explicaciones, el rechazo que no te esperas, todo hace que te hundas en un pozo sin fondo.
Esos tíos son maltratadores psicológicos, y te destrozan sin sentir ningún tipo de remordimiento... Lo único que podemos hacer es huir de ellos, pero hablar es muy fácil...