jueves, junio 10, 2010

Entre mujeres I


Me engañó. Me dijo que iba a llevarme a un sitio con una luz magnífica para hacer fotografías. Me lo pidió por favor y me dijo que confiara en ella, así que no podía negarme. Asentí mientras nos perdíamos por varias carreteras secundarias. Era de noche, tarde, yo estaba cansada y tanta rotonda, ir y venir, no me apatecían lo más mínimo y empezaba a sentir un atisbo de mal humor en algún lugar de mi cuerpo. ¿Por qué no nos ibámos a su casa ya? Había llevado un día de locos sólo quería descansar. Pero de pronto, Calle emocionada exclamó: ¡Por fin, es aquí! No me pareció ningún gran sitio, sobre todo cuando se empeñó en meter el coche en el parking. Entonces lo entendí, ah, debe ser por estas luces rojas, quiere darle un toque sensual a las fotografías. Metimos el coche en un lugar cerrado y le pregunté si debía cambiarme de ropa o retocarme el maquillaje. Me dijo que hiciera lo que quisiera, me retoqué un poco, cogimos nuestras cámaras y la seguí escaleras arriba.
Estábamos en una habitación de hotel. Un lugar maravilloso con jacuzzzi, piscina de agua climatizada, terraza privada, y un altillo con una cama de dos por dos, tele de plasma y DVD. Me quedé sin palabras, ¿qué decir? Me preguntó, ¿no tenías tantas ganas de darte un baño de agua calentita? Aquí lo tienes, tranquila que no voy a mirarte. Me daba igual si me miraba o no, sólo quería llenar esa bañera monumental de sales e introducirme en ella como quien retorna al útero materno. Diooooss, qué calentita, qué relax. ¡Esto es mejor que el puto Diazepán!, le grité. Y tranqui, ven aquí, no pasa nada, no es la primera vez que ves a una mujer desnuda, ¿no? Le costó acercarse, pero lo hizo. Poco a poco, con respeto, como quien trata un objeto delicado y muy especial. Se sentó a mis pies, mientras yo metía mi cabeza dentro del agua y sentía mi cuerpo en la ingravidez del calor líquido. ¡Lo echaba tanto de menos! Empezó a masajearme los pies. Yo sólo sentía y vibraba, feliz, emocionada.

- Pero yo no puedo pagar esto.
- Me dijiste que te dejarías mimar, ¿verdad?
- Sí, pero esto es demasiado, no puedo darte nada a cambio, ya lo sabes.
- No sabes lo que me estás dando ya.

Así que me relajé y volví a hundir la cabeza en el agua. Dejaba que el chorro cayera sobre mi cara y mi espalda, me sumergía, una toalla para que apoyara la cabeza si quería… temblaba de placer. Agua calentita al fin. Un jacuzzi para mí. Mimos para mí. El placer acuoso. El agua. El agua...

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