lunes, marzo 15, 2010

Las andanzas de George y Mildred I

Chico encuentra chica
Lambert Kriedemann


Estas son las andanzas de George y Mildred. Claro que es un cuento que nunca he contado y puede que al traducir aquellos hechos a palabras, el relato resultante no sea del agrado de ninguno de los dos. Pero probablemente la historia de George no sea la misma que la de Mildred, ya saben que las cosas no son ni de una manera ni de otra sino como nos las contamos, pero lo bueno del caso es que eso ellos lo saben y aún a sabiendas de que parten de sus respectivas individualidades, son capaces de atravesar alambradas de susceptibilidades, barrios de peleas y solares de pensamientos yermos, para alcanzar un territorio común, su ciudad secreta, el lugar donde pueden darse las historias de George y Mildred.

Podría empezar por el principio de las cosas, su primer encuentro en una cena de cumpleaños. Pero en aquel restaurante del casco viejo, ella no llegó a verle y él, atento a cada movimiento de los engranajes del mundo a su alrededor, apenas le había lanzado una de sus miradas brillantes. O quizás podría empezar unas horas más tarde, cuando él se metió bajo su vestido, pero como había llegado su cabeza ahí, ella no lo recuerda bien y ni siquiera entonces él era George ni ella Mildred. Eran dos desconocidos estudiando un adversario, mirándose con sorpresa, reconociendo un igual, y entonces, sin saber muy bien cómo ni por qué, se dieron sus primeros nombres. Y aunque ese pudiera ser un buen comienzo de cuento, el del Pequeño Yonki y su Aprendiz, me gusta más la parte en que ellos dos ya son ellos mismos el uno para el otro, es decir George y Mildred, y como he de ser yo la que desenrede la madeja de esta historia, empezaré a estirar el hilo de una noche en la ciudad, que es un buen principio, tan válido como cualquier otro.

Una noche en la ciudad. La discoteca está atestada y el calor es insoportable. Al entrar en el baño las sandalias de ella chapotean en orines recalentados. Es el baño de los hombres, pero Mildred ha seguido a sus amigos a través del mar de sudor y cuerpos apelmazados para meterse en uno de los retretes y hacerse un par de rayas. Le apetecía la droga pero aunque no hubiera sido así, les hubiera seguido de todos modos hasta aquel baño maloliente. No se quería quedar sola bajo ningún concepto, con gente que trataría de hablarle por amabilidad y la violentarían aún más al enfrentarla a la frustración de no verse capaz de darles la réplica aguda y desinhibida que la ocasión requería. No, sola en medio de esa masa opresiva con aquellos desconocidos ni de coña, así que les había seguido a aquel baño viscoso sin dudarlo, sobre todo a George. Sólo se sentía segura a su lado y de algún modo vago se había hecho el propósito de convertirse en su sombra y andaba tras él toda la noche como un perrillo abandonado.

Pero ya he vuelto a perder el hilo, ¿dónde estaba?, ah sí, en aquel baño. Hace demasiado calor y el alcohol oprime las sienes de Mildred. Se moja la cara y las muñecas al salir, pero sigue agobiada y perdida. La música no es música sino ruido que impide las conversaciones, no es que impida hablar, es que no le permite pensar y Mildred no sabe qué hacer. No se encuentra capaz de bailar ese ritmo, ni se le ocurre nada interesante qué decir. Se siente fuera de lugar y sus pensamientos pivotan sobre sí mismos, rebotan una y otra vez en la misma pregunta: ¿Qué coño hago yo aquí? ¿Por qué no me voy a casa? Pero aunque no sabe o no quiere contestarse el por qué, quien sea capaz de decirse siempre la verdad que tire la primera piedra, no quiere marcharse del todo, así que, cuando no puede más, opta por una opción intermedia y corre a refugiarse en el exterior.

Fuera la noche está detenida y el mundo vuelve a la realidad de la duermevela. El mismo aire que limpia los pulmones de Mildred del humo enrarecido de la discoteca limpia su mirada de sombras. Con la mente más lúcida es capaz de bifurcar su pensamiento en la fauna noctámbula que vagabundea por allí y al mismo tiempo preguntarse muy en serio por qué se esfuerza en aguantar despierta en ese local atestado en lugar de marcharse a su casa. Y es justo entonces, cuando el motivo que la ha anclado hasta esa hora de la noche sale de la discoteca, camina hacia ella y se queda mirándola con una sonrisa en los ojos.