lunes, noviembre 05, 2007

Mi madre me espera para comer. O cómo lo nuestro se impone a lo de los otros.

Vengo de clase de italiano y he aparcado bastante pronto para lo que puede ser esto. Un lunes por la mañana es bastante más fácil que un viernes por la noche. Aún así el movimiento de gente y vehículos me ha agobiado. Las calles del centro de Madrid no son muy anchas y las furgonetas y pequeños camiones no tienen reparos en parar en medio de la vía y hacer sus gestiones mientras al que le pilla detrás no puede más que resignarse o maldecir en voz alta. No estoy acostumbrada a este follón y percibo cierta agresividad en el ambiente que me impele a estar atenta; como si en cualquier momento pudiera pasar algo malo y yo hubiera de estar en guardia. Quizás este estrés añadido, este vago miedo físico, se origine en el recuerdo de la agresión de aquella adolescente en un tren de cercanías catalán. Venía en el coche dándole vueltas. Lo gratuito del caso, su animalidad absurda, junto a la pasividad del único testigo da para pensar.

Nastagio degli Onesti, tercer episodio
Sandro Botticelli 1487

No voy a entrar ahora en lo exagerado de la valoración que tanto medios de comunicación como población hicieron de las imágenes. Aquellos días hubo noticias mucho más importantes que no disfrutaron de la misma atención porque no contaban con imágenes tan suculentas. Pero el periodístico es otro debate, ahora andaba pensando en la indiferencia, la cobardía, el egoísmo y la consiguiente vulnerabilidad que generan. Dicen que nunca ha habido tanta gente colaborando en ONG's como hoy en día, sin embargo no creo que por ello seamos más solidarios. Hemos pasado de vivir en una sociedad comunitaria, grupal, a una individualizada. A pesar de existir más derechos y garantías que nunca somos más indiferentes a las necesidades del vecino. La competitividad, el estrés, el consumismo, el ego como dios máximo nos llevan a preocuparnos sólo de nuestros intereses y los de nuestro círculo más íntimo.

¿Hubiera yo intervenido de estar en aquel tren?
Quiero pensar que sí, ¿cómo saberlo ahora?

Aquel mismo día en Valencia, Daniel, un joven de 23 años, murió en el hospital. Llevaba una semana en coma porque un hombre le había pegado un puñetazo cuando acudió a defender a una mujer.

Supongo que exagero, estoy segura de que si algo me ocurriera en la calle alguien vendría a socorrerme, quizás no la primera persona, quizás no la segunda, pero alguien ayudaría. Como Daniel ayudó. Una vez en la carretera, un motorista cayó al suelo y fuimos varios los que paramos a ayudar. Recuerdo que con un pañuelo de papel le quité el barro de los ojos a aquel hombre mientras esperábamos una ambulancia. Aunque también recuerdo que mi compañero me dijo: vamónos ya, que mi madre me espera para comer.

2 comentarios:

Esther Hhhh dijo...

La verdad es que a veces tenemos reacciones extrañas ante situaciones que nos superan. Tal vez no nos da el cerebro en ese momento para mucho más.. Un amigo mío tuvo un tremendo accidente con el coche, hace años, le reventó una rueda de delante, iba rápido y estaba en un túnel, ya saliend, gracias a dios. Cuando bajó del coche, sólo con algunos rasguños (podría haberse matado) sólo atinaba a preguntar por una tortuguita de juguete que llevaba en el salpicadero.

En cualquier caso, creo que hemos llegado a un punto donde nos importa poco o nada lo que le pase al de al lado y generalmente acaba preocupándonos nuestra seguridad ante todo, y tampoco es nada malo a mi entender. Yo no puedo juzgar a aquel chico del metro que no hizo nada en ese momento, porque yo no sé si haría algo. Y no lo sé porque los toros desde la barrrera se ven muy bien, falta ponerse en la situación. Lo mismo me levantaba y me liaba a hostias (y perdón por la expresión) o lo mismo me acojonaba y salía corriendo del vagón. No lo sé. Así que no voy a juzgarle a él. Lo triste es que haya últimamente tanta violencia, tan poco respeto, tanta agresividad. Eso si es terrible.

Besitos querida Enttro

Enttropia dijo...

Tienes razón, Esther. Yo tampoco condeno a aquel chaval, ¿cómo condenar el miedo que nos paraliza? Sólo le estaba dando vueltas a este mundo extraño en el que vivimos. Aunque también creo que hemos de saber distinguir entre el valor y la cobardía, entre quien valora la dignidad y el orgullo bien entendido, frente a la pillería y el sálvase quien pueda. Distinguir y valorar lo que tienen de positivo valores que parecen desaparecer a veces.

Útltimamente he visto algunas pelis japonesas o ambientadas en Japón y me ha llamado mucho la atención ese respeto al honor, un concepto que hoy en día parece tan risible.

Un abrazo, preciosa.