Conducía sintiendo el sol sobre la piel y las ganas de llorar bajo el alma. Conducía sin saber dónde quería llegar. Y sin embargo, he venido a casa.
Tengo miedo de estar desenamorándome. Tengo miedo de perder esa intensidad. De haberme equivocado y que amar siempre haya sido otra cosa. De pronto quiero huir, coger el coche y marcharme lejos de aquí. Quiero irme y también quiero quedarme. Quiero desaparecer en las calles de París, de Madrid o en la campiña inglesa. Quiero que alguien me mire como a la Maga, quiero mirar como ella. Quiero empujar una piedrita con mi zapato y con ella llegar al Cielo o al kibbutz del deseo. Curiosear en un zoco marroquí. Subirme a un autobús en Cornualles para asomarme al final de la tierra, quiero volverle a encontrar y que nunca aparezca. Quiero hacerme pequeña, aovillarme sobre mí misma y que alguien me acaricie el pelo y me diga que todo está bien, que me quiere, que me quiere y que en algún lugar las piezas encajan. Dímelo, dí que me quieres, Dime, que el hecho de que yo, con mi torpeza y estupidez, esté viva, es lo más importante. Dímelo. Dime que te vas a quedar conmigo para siempre, dime que ya no habrán más agujeros negros desde los que no se vé la luz. Dímelo y fóllame.
Ven, abre mis piernas, acaricia los muslos desnudos. En la pantalla dos mujeres se besan en la boca, y entre el humo del cigarro y el sabor del ron, bebo mi propia saliva. Saliva lasciva. Lasciva. Saliva. Las-ci-va. Como la Lo-li-ta de Humbert Humbert. Como las putas viciosas de la pantalla. (Y no puedo evitar sonreir como ellas). Tengo hambre de besos, hambre de sexo, pero no voy a moverme, voy a quedarme quieta un poco más. Quiero que sigas ahí, donde el placer produce ondas mojadas. Cierro los ojos y me dejo acunar por la sensación. Pero el ansia me arrebata el egoísmo hedonista y no puedo esperar a que entres en mí. No quiero esperar. Te golpearía. Ven, entra, fóllame, ¿a qué esperas?
Eres un cabrón, eso me gusta.
El sol tras los párpados cerrados. Deseo de otros cuerpos, carícias de diferente tacto, mirar otro rostro. El otro. La otra. ¿También lo piensa él? La idea me asquea. No quiero saberlo. Quiero ser la amante, no la mujer. La otra, no la cornuda. La rutina. Las sociedades familiares casi por contrato. El tiempo que pasa y nada es como el primer día cuando bajaste el espejo de la pared y yo sólo llevaba puestos unos vaqueros. Madrugar, obligaciones... no encuentro el lugar donde escondí mi magia.
Acariciar la fuerza adivinada tras otra piel, sentir la polla en los límites del yo, arrasada por fuerzas más allá de mis desvaríos dementes, más allá de la eterna duda y la fealdad cotidiana. Una mano grande estira mi pelo o me agarra del cuello. Me sujeta con fuerza mientras el ansia y el deseo me empujan lejos, lejos, al país del sexo, donde yo ya no soy yo ni nadie, sólo el placer animal y morboso del momento. Ven, ponme otra raya de coca, píntala para mí. Espera, quiero más ron. Y me lamo los labios y te lamo la polla y en ese momento todo da igual. Las chicas de la pantalla juegan con sus coñitos y yo lo veo todo en rojo y negro. Los labios rojos. Dos pedazos de tela rojo que enmarcan más que cubrirme los pechos. Siempre me ha gustado el rojo. Me escupes en la boca y yo me río antes de que me beses con rabia. Y te busco con la lengua, con las manos y con el alma. Te pongo las tetas en la boca. Más, más, dame más.
Ven, muérdeme los pezones, ven, haz que enloquezca, llévame al país del sexo, llévame a ese lugar donde todo es rojo y negro. Donde la boca me sabe a humo y ron. Llévame ahora. No se me ocurre otro sitio más real.