Menos en un punto. Ahí, donde se encuentra paralizada una niña pequeña. Apenas tiene unos cuatro años y desde su pequeña estatura contempla a los adultos entre lágrimas. Debe haberse perdido, en un descuido su manita se habrá soltado de la de su madre y ahora el terror la domina. Tiene tanto miedo que sólo puede llorar, impotente, incapaz de entender lo que le rodea. Sólo sabe que antes estaba segura y ahora está sola y tiene miedo. ¿No se te rompe el corazón? ¿No deseas cogerla en brazos y decirle que todo está bien? Pues así es como me siento a menudo, como una maldita niña perdida.
¿Por qué si tengo 33 años y hay canas en mi pelo, tengo los miedos de una niña de cuatro años?
¿Por qué tengo terror al abandono?
Quiero ser yo la que la coja y la abrace, quiero decirle que yo sí la quiero, que está segura entre mis brazos, que nunca la voy a dejar... pero entonces es a mí a quien le queman las lágrimas en los ojos, y soy yo la que se pregunta si algún día podré sentirme segura.
Sí, lo sé... mi mente lo sabe: la seguridad no existe, es un constructo, una ilusión. Ni alianzas en tu dedo, ni hipotecas en el banco, ni un puesto fijo van a salvarte de nada. En cualquier momento, de pronto tu manita aferra el aire y estás sola, sola y perdida entre la multitud.