sábado, enero 24, 2009

Paraíso inhabitado.


La Dama del Unicornio. Con mi solo deseo (detalle)
S. XVI Museo de Cluny (París)

¿Cuáles son los paisajes de nuestra infancia?

La infancia siempre parece un lugar mítico, un país mágico al que muchos quisiéramos regresar. O quizás no. Quizás también sea un lugar repleto de tristezas. Una sucesión de días nublados en el que una niña demasiado solitaria no quiere hablar con nadie. Sólo estar con sus libros y que la dejen en paz.

Bueno, eso no ha cambiado demasiado, ¿verdad?

La última novela de Ana Mª Matute ha agitado algo dentro de mí. Quiero poder ver como el unicornio se escapa del cuadro. Quiero sentir como sus pequeñas peñuzas hollan la hierba del bosque. Quiero creer que hay un gemelo que nunca va a abandonarme.

El mundo de los Gigantes aún me sigue resultando extraño aunque yo me haya convertido en uno de ellos.

Quiero volver a cruzar la puerta. Quiero entrar en la biblioteca mágica.

Kay y Gerda, mis pequeños amigos. Últimamente su recuerdo se despierta muy a menudo. También Ana Mª Matute los trae de vuelta en su novela. Al final la Reina de las Nieves se los ha llevado. ¿Será cierto que los niños son como los vilanos y nunca vuelven? Tampoco lo hacen los unicornios. Los que se van, nunca vuelven.

viernes, enero 23, 2009

Me importa un pito. (Por alusiones)


Promenade
Marc Chagall 1917

"No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo; un cutis de durazno o de papel de lija. Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida. Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias; ¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!


Esta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa.


¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos? ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo y sus miradas de pronóstico reservado?¡María Luisa era una verdadera pluma!


Desde el amanecer volaba del dormitorio a la cocina, volaba de comedor a la despensa. Volando me preparaba el baño, la camisa. Volando realizaba sus compras, sus quehaceres...


¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores! Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! !María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.


Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso; durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles, y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.


¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas! ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes... la de pasarse las noches de un solo vuelo!


Después de conocer una mujer etérea, ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? ¿Verdad que no hay una diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?


Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre, y por más empeño que ponga en concebirlo, no me es posible ni tan siquiera
imaginar que pueda hacerse el amor más que volando."




Oliverio Girondo
Espantapájaros

jueves, enero 22, 2009

¿Volar o caer?


¿Volando o cayendo?
Linda Messier 2007


Nunca había querido así. El amor es demasiado grande, no cabe dentro de mi cuerpo. Se alza y se expande como un ave de luz y fuego. Me eleva y me lleva tan alto que siento vértigo. Por eso le aprieto tanto, porque tengo miedo a caer, porque después de tantos años siendo Oliverio y buscando a la que vuela, por fin está aquí a mi lado. El hombre que me hace volar.

Cuando me besó por primera vez, todo mi mundo dió la vuelta. El beso tímido se convirtió en la urgencia de la carne en aquel puerto de Castellón. Le deseé. Quise su cuerpo, su sexo embistiendo mis caderas. Le pedí que me llevara a su casa y no lo dudó un segundo. Nunca había sentido así. El amor y el deseo llegaron de fuera y me embistieron. No pude decidir, no tuve opción. El DVD de un concierto, quizás una copa, y de nuevo la urgencia. Medio desnudos, raya blanca, tras raya blanca, los besos y las caricias. Mojados por los líquidos del deseo sentí como mi cuerpo me era arrebatado. El cuerpo y el alma. Sentí miedo de caer. El viento en la cara, el cuerpo entre sus brazos, le pedí que no me soltara.

No sé si podría soportarlo.