Hoy me he mirado en el espejo: tenía canas. Y no eran una ni dos. De pronto me he dado cuenta de que estaba llorando. 31 años, con canas, útero envejeciendo, todo mi yo envejeciendo. Dejo atrás la juventud, la edad de la inocencia y me enfrento al mayor reto: crecer, madurar, envejecer y morir. Pero por el camino un nuevo yo reinventado. Veámoslo como algo positivo, una aventura, jugar a ser pequeña porque ya soy mayor. No importa si mi cuerpo dice que tendría que pensar en ser madre en unos años; escucharé sus susurros y los acallaré con la razón. No importa si mis cabellos emblanqueciéndose gimen que el tiempo pasa; escucharé sus gemidos y los acallaré con el recuerdo de los buenos tiempos vividos junto a los que quiero y todo lo que nos queda por vivir. El pequeño V. se hará mayor. Una truchita nacerá. Les abrazaré y lloraré de alegría y les querré aún más. La verdad es que soy la mujer más afortunda del mundo por tener unos amigos como los que tengo, amigos que son más que eso. Amigos que son mi família.
Medida del desorden de un sistema. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales se va a recibir uno solo.
sábado, diciembre 30, 2006
La Diosa Blanca.
“La mayoría de los científicos, por conveniencia social, adoran a un Dios; aunque no puedo comprender por qué la creencia en un Dios Padre como autor del universo y de sus leyes, parece menos anticientífica que la creencia en una Diosa Madre inspiradora (...)”El útero sagrado en que todo fue creado, la tierra que nos viste y alimenta. La vida se escribe en femenino. La virgen, la madre, la amante, la esposa. La mujer en todas sus facetas, en toda su espléndida hermosura, ha sido aplastada y sojuzgada. Se han pervertido sus símbolos y se le ha robado el poder mágico a favor de sociedades patriarcales. No creo en un matriarcado ni en la opresión del hombre, pues toda Diosa Madre ha de tener su consorte, su Joven Dios, el engendrador, la semilla que hará crecer la vida en su cuerpo. Creo en el poder de la Diosa. La armonía y la belleza, el amor, la naturaleza. El abrazo, el canto y la poesía. Creo en la Mujer, en su sabiduría y su belleza. Creo en nosotras y en nuestro poder para transformar de nuevo el mundo.
Robert Graves, “La Diosa Blanca".
“Cuando los humanos dejamos de adorarla (a la Diosa) también perdimos nuestra relación con la tierra, dejamos de respetar el ciclo de las estaciones y de la vida en general (...) Las consecuencias de esta pérdida de contacto con el Grial o la Diosa suelen ser la depresión y la sensación de carencia de sentido. Para que la tierra baldía personal de cada individuo recupere su vitalidad debe restablecerse una relación vital con la Madre Naturaleza, la Diosa Madre es el Arquetipo de Madre en su aspecto positivo”.Los antiguos griegos solían decir respecto de sus dioses: “piden poco, solamente que no los olviden”.
Jean Shinoda Bolen, “El Viaje a Avalon”
martes, diciembre 26, 2006
lunes, diciembre 18, 2006
La hora de la estrella.
C. Lispector
Quise matar a Enttropia y quizás deba hacerlo. Aunque da igual lo que decida, porque lo que haya de ser será y todo lo que empieza, acaba. Sé que al final ella morirá de inanición como yo de vieja, porque no le dejaré ni un sorbo de aire que respirar ni trozo de cielo en el que perderse. Quise escribir un epitafio a Enttropia, declararla muerta, deshacerme de ella y empezar de nuevo, en otro lugar, con otro nombre; torpe simulacro de lo que en realidad quisiera hacer con mi otro nombre, mi otro yo, el que tiene un cuerpo y unas manos que acarician.
Sin embargo hoy he escapado del trabajo con la opresión de nuevo en el pecho. Con esa angustia interior que últimamente ha tomado la costumbre de traducirse en un dolor físico que no siempre los ansiolíticos pueden controlar. Al fin y al cabo, ¿cómo puede una pequeña pastilla rosa calmar el absurdo de estar vivo sin conocer el motivo? Pero resulta aterrador sentir físicamente el dolor del vacío, la oscuridad que trato de controlar y educar. Es como una bestia que escapa a las cadenas de mi pensamiento, de mis decisiones.
Y como una bestia acorralada he huído de la redacción para tratar de perderme entre libros, buscar una novela luminosa que llene todos los rincones y me haga olvidarme de mí misma durante un tiempo. Pero era incapaz de decidirme. He acariciado las hermosas ediciones de Alba y casi opto por probar con Villette, pero la insulsa protagonista que describía la contraportada me ha echado para atrás. Alguno de los títulos de Anagrama ha llamado mi atención, aunque de pronto he recordado cuantos libros hay en casa que aún no he leído y me he sentido un poco culpable por gastar ese dinero sin sentirme realmente arrebatada por ninguno de ellos.
De pronto un hombre me ha hablado.
Ha sacado un libro del estante y me lo ha dado. Ha murmurado algo que me he visto obligada a pedirle que repita. No recuerdo las palabras exactas, sólo que el desconocido quería que leyera ese libro. Lo he cogido confundida mientras le daba las gracias. Cuando se marchaba ha vuelto a murmurar algo sobre escribir y Marguerite Duras y yo he vuelto a darle las gracias, sin estar segura de si se trataba de un loco, un seductor o un solitario. Debía ser lo primero o lo último porque se ha marchado mientros yo me quedaba pasmada allí de pie entre los estanterías abarrotadas.
El libro que tenía en la mano era delgado, de la editorial Siruela. Es una de esas editoriales a las que tengo un cariño especial, me gustan sus ediciones y fueron los autores de mi recopilación de historias de vampiros favorita. Es curioso que lo primero que he pensado es en la editorial y en que el libro estaba un poco estropeado. Odio los libros nuevos que ya vienen estropeados. Después he leído el nombre del autor, era una mujer de la que nunca había oído hablar: Clarice Lispector. El nombre me sonaba vagamento, pero creo que porque se parece a un personaje de novela policíaca. Clarice Lispector. Lo he abierto por la primera página y he empezado a leer.
Vergüenza de haber creído no serlo.
Hubiera debido matar a Enttropia, sí, pero sin ella, ¿a quien contarle ahora esto? No puedo repetirlo en voz alta. A nadie. No puedo, no quiero. Y sin embargo necesito sacarlo, darle forma, tratar de entenderlo. Sólo puedo escribirlo, aunque mis palabras sean torpes y repetitivas. No me atrevo a hablar, no quiero hacerlo en voz alta. Me dicen que callo, que escondo, que juego a ser un personaje. Y yo me río y digo que estoy al borde de la muerte, que la tuberculosis, cof, cof, está acabando conmigo. Y me acuerdo de Nacho, mi cantante atormentado y atiborrado de droga, y sueño con enamorarme de un hombre así y ser una bohemia y sufrir tormentos... Pero lo que a veces me hace reir, otras me asusta porque ya no sé qué es real y qué no. Ya no sé quien soy yo, si la que sueña con oscuridad o la pequeño-burguesa. Ya no sé si hay oscuridad o la invento. Ya no sé si conozco a nadie de verdad o ellos me conocen a mí. Y la soledad me da frío. Y la incertidumbre, terror.
Sólo sé que a veces me duele estar viva.
Y que mientras, el tiempo pasa.
Quise matar a Enttropia y quizás deba hacerlo. Aunque da igual lo que decida, porque lo que haya de ser será y todo lo que empieza, acaba. Sé que al final ella morirá de inanición como yo de vieja, porque no le dejaré ni un sorbo de aire que respirar ni trozo de cielo en el que perderse. Quise escribir un epitafio a Enttropia, declararla muerta, deshacerme de ella y empezar de nuevo, en otro lugar, con otro nombre; torpe simulacro de lo que en realidad quisiera hacer con mi otro nombre, mi otro yo, el que tiene un cuerpo y unas manos que acarician.
Sin embargo hoy he escapado del trabajo con la opresión de nuevo en el pecho. Con esa angustia interior que últimamente ha tomado la costumbre de traducirse en un dolor físico que no siempre los ansiolíticos pueden controlar. Al fin y al cabo, ¿cómo puede una pequeña pastilla rosa calmar el absurdo de estar vivo sin conocer el motivo? Pero resulta aterrador sentir físicamente el dolor del vacío, la oscuridad que trato de controlar y educar. Es como una bestia que escapa a las cadenas de mi pensamiento, de mis decisiones.
Y como una bestia acorralada he huído de la redacción para tratar de perderme entre libros, buscar una novela luminosa que llene todos los rincones y me haga olvidarme de mí misma durante un tiempo. Pero era incapaz de decidirme. He acariciado las hermosas ediciones de Alba y casi opto por probar con Villette, pero la insulsa protagonista que describía la contraportada me ha echado para atrás. Alguno de los títulos de Anagrama ha llamado mi atención, aunque de pronto he recordado cuantos libros hay en casa que aún no he leído y me he sentido un poco culpable por gastar ese dinero sin sentirme realmente arrebatada por ninguno de ellos.
De pronto un hombre me ha hablado.
Ha sacado un libro del estante y me lo ha dado. Ha murmurado algo que me he visto obligada a pedirle que repita. No recuerdo las palabras exactas, sólo que el desconocido quería que leyera ese libro. Lo he cogido confundida mientras le daba las gracias. Cuando se marchaba ha vuelto a murmurar algo sobre escribir y Marguerite Duras y yo he vuelto a darle las gracias, sin estar segura de si se trataba de un loco, un seductor o un solitario. Debía ser lo primero o lo último porque se ha marchado mientros yo me quedaba pasmada allí de pie entre los estanterías abarrotadas.
El libro que tenía en la mano era delgado, de la editorial Siruela. Es una de esas editoriales a las que tengo un cariño especial, me gustan sus ediciones y fueron los autores de mi recopilación de historias de vampiros favorita. Es curioso que lo primero que he pensado es en la editorial y en que el libro estaba un poco estropeado. Odio los libros nuevos que ya vienen estropeados. Después he leído el nombre del autor, era una mujer de la que nunca había oído hablar: Clarice Lispector. El nombre me sonaba vagamento, pero creo que porque se parece a un personaje de novela policíaca. Clarice Lispector. Lo he abierto por la primera página y he empezado a leer.
"Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días."He sentido vértigo. No he querido seguir leyendo, no he querido más. He tenido miedo, miedo de que el dolor de mi vacío me oprimiera más el pecho y me hiciera llorar esta noche cuando me había prometido que iba a ser feliz. Miedo del vacío de esa mujer, miedo de todos los vacíos y miedo de mi cobardía, la de la niña que soñó un día con escribir y jamás se ha decidido a ello. Miedo de ser un personaje, de que no haya dolor sino invenciones mías, miedo de ser como todos, miedo de ser un fraude.
Vergüenza de haber creído no serlo.
Hubiera debido matar a Enttropia, sí, pero sin ella, ¿a quien contarle ahora esto? No puedo repetirlo en voz alta. A nadie. No puedo, no quiero. Y sin embargo necesito sacarlo, darle forma, tratar de entenderlo. Sólo puedo escribirlo, aunque mis palabras sean torpes y repetitivas. No me atrevo a hablar, no quiero hacerlo en voz alta. Me dicen que callo, que escondo, que juego a ser un personaje. Y yo me río y digo que estoy al borde de la muerte, que la tuberculosis, cof, cof, está acabando conmigo. Y me acuerdo de Nacho, mi cantante atormentado y atiborrado de droga, y sueño con enamorarme de un hombre así y ser una bohemia y sufrir tormentos... Pero lo que a veces me hace reir, otras me asusta porque ya no sé qué es real y qué no. Ya no sé quien soy yo, si la que sueña con oscuridad o la pequeño-burguesa. Ya no sé si hay oscuridad o la invento. Ya no sé si conozco a nadie de verdad o ellos me conocen a mí. Y la soledad me da frío. Y la incertidumbre, terror.
Sólo sé que a veces me duele estar viva.
Y que mientras, el tiempo pasa.
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