La mujer detuvo el coche en doble fila y contempló fijamente el hotel con el ronroneo de fondo del motor de su coche como una nana tranquilizadora. No había nada remarcable en el edificio. Muy lejos de esos hoteles antiguos del centro de la ciudad donde podías imaginar las historias que habían transcurrido en cada una de las habitaciones. Era un edificio alto y funcional que ahora parecía mirarla con indiferencia. Apenas podía creer que en otros tiempos ese lugar le hubiera resultado un refugio secreto y escondido en la ciudad. No había ningún encanto en sus rasgos.
Un hombre con traje y maletín salió en ese momento del edificio y se introdujo en el coche aparcado a su lado. Ella maniobró para dejarle salir. El sitio vacío parecía palpitar como las luces intermitentes del salpicadero. La mujer lo miró absorta durante un momento y aparcó con decisión en la plaza que se acababa de quedar libre.
Una vez hecho el primer movimiento, ejecutó el resto de manera mecánica. Cogió el bolso, bajó del coche, lo cerró y se encaminó a la recepción. La luz, los muebles, las plantas… todo parecía igual que antes, aunque se alegró de no reconocer a la joven que tecleaba aburrida detrás del mostrador. No recordaba cuando había tomado la decisión, pero ahora ya estaba hecho, de modo que trató de parecer natural cuando se dirigió a la recepcionista y pidió una habitación doble. Las preguntas fueron las mismas de siempre.
- ¿Cuánto tiempo?
- Una noche.
- ¿Fumadores o no fumadores?
- No fumadores.
En realidad, había recuperado el antiguo vicio, pero aquella muchachita no tenia por qué saberlo y las habitaciones para fumadores olían condenadamente mal, así que miró a la joven con los dientes apretados y dispuesta a enfrentarse a quien fuera para defender su mentira. La recepcionista no percibió a su ánimo belicoso.
- ¿Desea un piso alto?
- Sí, por favor, que dé al oeste.
- Humm, sí, claro, son los que dan a la calle Marqués de Montes.
Ella sonrió en sus pensamientos. Ya lo sabía, lo sabía perfectamente. Durante meses estuvo pidiendo una habitación que diera a esa calle.
- ¿Me deja su DNI, por favor?
Si la recepcionista se sorprendió de ver que su dirección indicaba que vivía en esa misma ciudad, no lo dijo. Podía haberse mudado, ¿no? A ella le importaba poco lo que pensara esa joven bronceada. Demasiadas veces había respondido frente a sus compañeros.
4 comentarios:
uhm... Misterio desbordante, a ver cuando nos das la segunda tanda.
Besos, querida.
PD:He estado leyendo tus úlitmos post. me alegra tenerte de vuelta
Bueno, ¿seguimos o qué?
?y el II?
Interesantísimo relato, ojalá continue así de bien.
Buscando imágenes fue como me topé con tu blog, lo seguiré.
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