sábado, junio 03, 2006

CIta a ciegas.

Era martes, una cita a ciegas en el centro de la ciudad. Dos jóvenes que sólo han intercambiado unos pocos correos han quedado para cenar. Ella está nerviosa y mientras le espera pide un gin tonic. No sabe qué hacer con sus manos y su falda. Cuando él llega se otean con cuidado, es extraño hablar sin saber a quien se tiene enfrente. La batalla va a comenzar. El primer tema es el más fácil: el trabajo, pero poco a poco la conversación se va desarrollando con más brillo. Todo es muy fácil. A ella le gusta este muchacho inteligente y reservado, le gusta como le brillan los ojos, su hablar pausado.

Nighthawks
Edward Hopper 1942


Después de la cena van sin sentirlo a tomar una copa, y otra. La conversación no se detiene, la noche tampoco. Se sonrien y se miran mucho a los ojos. Él quiere tocarle una mano, ella también pero se siente torpe. Cada nueva palabra los acerca. Sienten que no se están conociendo, sino reconociendo en el otro. Ella le dice que es su interlocutor, él sonríe. En un momento de la noche ella le pregunta a bocajarro cuantas veces ha intentado suicidarse. Inmediatamente se tapa la boca con la mano; asustada ante lo que acaba de decir balbucea unas disculpas. Él la mira y responde: dos. Se conocen. Se intuyen. Se saben.


Al día siguiente los ordenadores arden. "Quiero comprobar que no fue un sueño" A la tercera cita ella está loca por él, no ha pasado ni una semana. Qué ocurrió luego es un cuento extraño, enfermo y con demasiadas ramificaciones. Él le hizo daño porque tenía "miedo de estar enamorándose". A ella le dió igual, volvió como un animal herido, mirando de costado, pero volvió.

Sentían la intensidad y el fuego que les quemaba los espíritus atormentados, pero en su trato eran correctos, cautelosos, incluso distantes. Él era un príncipe oscuro, un personaje herido de sensibilidad y aplastado por el peso de su propia novela. No hicieron el amor y los besos no devoraban las carnes, pero querían estar cerca el uno del otro. Eran interlocutores.

Tres semanas después algo cambió y ella le llamó para decirle que no podían volver a verse. Hubo recriminaciones, reproches y explicaciones. No demasiadas, ella estaba en otra lucha que estaba perdida de antemano. Unos meses después ella quiso volver a verle. Él no contestó a sus mensajes. Aún hoy, ella a veces se acuerda de aquel joven y siente el mismo deseo de acariciarle el rostro y decirle "no estás sólo".

1 comentario:

Africanoaf dijo...

Me gusta esa chica..., muchas veces la veo, pero siempre trato que no me alcance..., debe sr lo mismo que hace el niño que nesecita caricias, pero se niega a recibirlas por ser mas hombrecito.
me gusto lo que escribiste.
Y como a todos aquellos que me hacen sentir "bien" Te digo gracias.