Pasé por la puerta y lo reconocí. Era el mismo hotel, aquel establecimiento anticuado y decadente al que veníamos hace tantos años. Ni tan siquiera recuerdo con seguridad quien era mi amante. Supongo que fue aquel, el primero, mi primer amor. Debo haber pasado mil veces por la puerta desde entonces, pero de alguna manera había escondido el recuerdo en ese desván de la memoria en el que se acumulan los trastos inútiles. Ya vés, tantas noches de hotel, tantos "te quiero" y sudores compartidos y al final el vacío. La nada.
Mi primer amor pasó. Yo sólo tenía dieciocho años y creía que el amor me daría sentido. Luego vinieron otros amantes, y luego llegó él. Pero al final, todos se han evaporado junto con el sentido. ¿Qué queda de aquellos sueños y miedos que compartimos? Arena en la boca, cenizas en el alma. Ya sé que se supone que las vivencias compartidas quedan en nuestro interior y nos ayudan a seguir creciendo, y bla, bla, bla...
¿Pero qué sentido tiene amar si al final no queda nada? ¿Qué sentido tiene ya nada si no lo tiene el amor?
1 comentario:
La soledad es la daga incesante, la frustración elevada a lo exponencial, la pérdida del sentido de todo y a veces la mayor fuente de sensibilidad e inspiración. Me parece que tienes un blog muy interesante. Saludos...Rosas.
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