Lucrezia Panciatichi
Agnolo Bronzino 1540
El criminal no hace la belleza;
él mismo es la auténtica belleza.
Sartre
Se escogían varias muchachas altas, bellas y resistentes -su edad oscilaba entre los 12 y los 18 años- y se las arrastraba a la sala de torturas en donde esperaba, vestida de blanco en su trono, la condesa.
Una vez maniatadas, las sirvientas las flagelaban hasta que la piel del cuerpo se desgarraba y las muchachas se transformaban en llagas tumefactas; les aplicaban los atizadores enrojecidos al fuego; les cortaban los dedos con tijeras o cizallas; les punzaban las llagas; les practicaban incisiones con navajas (si la condesa se fatigaba de oír gritos les cosían la boca; si alguna joven se desvanecía demasiado pronto se la auxiliaba haciendo arder entre sus piernas papel embebido en aceite). La sangre manaba como un geiser y el vestido blanco de la dama nocturna se volvía rojo. Y tanto, que debía ir a su aposento y cambiarlo por otro (¿en qué pensaría durante esa breve interrupción?). También los muros y el techo se teñían de rojo.
No siempre la dama permanecía ociosa en tanto los demás se afanaban y trabajaban en torno a ella. A veces colaboraba, y entonces, con gran ímpetu, arrancaba la carne -en los lugares más sensibles- mediante pequeñas pinzas de plata, hundía agujas, cortaba la piel de entre los dedos, aplicaba a las plantas de los pies cucharas y planchas enrojecidas al fuego, fustigaba (en el curso de un viaje ordenó que mantuvieran de pie a una muchacha que acababa de morir y continuó fustigándola aunque estaba muerta); también hizo morir a varias con agua helada (un invento de su hechicera Darvulia consistía en sumergir a una muchacha en agua fría y dejarla en remojo toda la noche). En fin, cuando se enfermaba las hacía traer a su lecho y las mordía.
Durante sus crisis eróticas, escapaban de sus labios palabras procaces destinadas a las supliciadas. Imprecaciones soeces y gritos de loba eran sus formas expresivas mientras recorría, enardecida, el tenebroso recinto. Pero nada era más espantoso que su risa. (Resumo: el castillo medieval; la sala de torturas; las tiernas muchachas; las viejas y horrendas sirvientas; la hermosa alucinada riendo desde su maldito éxtasis provocado por el sufrimiento ajeno.)
... sus últimas palabras, antes de deslizarse en el desfallecimiento concluyente, eran:
"Más, todavía más, más fuerte!"
Así describe Alejandra Pizarnik las actividades de Erzsébet en el sótano de su castillo. Torturó y asesinó a más de seiscientas muchachas. Estaba loca, sí, pero era bella y poderosa.
Cuando la detuvieron declaró que todo aquello era su derecho de mujer noble y de alto rango.
7 comentarios:
Me ha gustado. Sí, hace tiempo en El País le dedicaron un monográfico. La historia está llena de personajes deliciosos y psicópatas de sangre azul.
Es curioso que nos resulten "deliciosos" estos enfermos mentales, ¿no crees? ¿Habrá algo en nosotros que no funcione como es debido? Como es debido... qué expresión más conservadora...
sí, puede que tengas razón. Nos fascina lo atroz. Supongo que tiene algo que ver con la infinita capacidad que cualquiera posee para hacer daño. Es como si nos consolara ver que estamos a años luz de tanta maldad (otra expresión conservadora), de tanta ilimitada y perversa sangre fría. Quizá esa misma distancia sea la que nos seduce.
Según el volumen 10 (El Renacimiento: el Cinquecento) de la colección Historia del Arte que está editando El País, el cuadro con el que ilustras esta entrada se titula "Lucrecia Panciatichi" y su autor es un tal Bronzino.
Estaba ojeando el libro y he "reconocido" a la Condesa.
Curioso.
Gracias! no tenia ni idea. Colgué el cuadro pese a tener la certeza de que no podía ser ella. Sólo se conoce una imágen oficial de la condesa, pero en ella no se vé una mujer hermosa(al menos según los criterios actuales). Sin embargo encontré este retrato en una página página web que lo identificaba como el de la condesa. En él se vé una mujer de belleza fría, casi cruel. Así imaginé a la condesa y así ilustré su entrada.
Bronzino fue discípulo de Raffaellino del Garbo y de El Pontorno. Desde 1532 se dedicó al retratro. Sus trabajos, según canon y elegancia del manierismo, ofrecen distinción refinada en la pose e indumentaria de sus personajes. Ejemplo de ello es ese retrato y también "Leonor de Toledo con su hijo Giovanni", conservados ambos en la Galleria degli Uffizi en Florencia.
Desde el punto de vista del sadismo existe esa tendencia en las personas más bellas, capaces de hacernos sufrir a los feos, que miramos embelesados mientras sufrimos por amor a esos bellos rostros y no nos importa. EPS publicaba también sobre esto mismo, que comentaba Southmac.
no imagine q tras tanta belleza se escondia tal crueldad, retirare dicha pintura d mi cuarto y lo d
dejare en el atico del olvigo.zahar gamor
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