lunes, diciembre 18, 2006

La hora de la estrella.

C. Lispector

Quise matar a Enttropia y quizás deba hacerlo. Aunque da igual lo que decida, porque lo que haya de ser será y todo lo que empieza, acaba. Sé que al final ella morirá de inanición como yo de vieja, porque no le dejaré ni un sorbo de aire que respirar ni trozo de cielo en el que perderse. Quise escribir un epitafio a Enttropia, declararla muerta, deshacerme de ella y empezar de nuevo, en otro lugar, con otro nombre; torpe simulacro de lo que en realidad quisiera hacer con mi otro nombre, mi otro yo, el que tiene un cuerpo y unas manos que acarician.

Sin embargo hoy he escapado del trabajo con la opresión de nuevo en el pecho. Con esa angustia interior que últimamente ha tomado la costumbre de traducirse en un dolor físico que no siempre los ansiolíticos pueden controlar. Al fin y al cabo, ¿cómo puede una pequeña pastilla rosa calmar el absurdo de estar vivo sin conocer el motivo? Pero resulta aterrador sentir físicamente el dolor del vacío, la oscuridad que trato de controlar y educar. Es como una bestia que escapa a las cadenas de mi pensamiento, de mis decisiones.

Y como una bestia acorralada he huído de la redacción para tratar de perderme entre libros, buscar una novela luminosa que llene todos los rincones y me haga olvidarme de mí misma durante un tiempo. Pero era incapaz de decidirme. He acariciado las hermosas ediciones de Alba y casi opto por probar con Villette, pero la insulsa protagonista que describía la contraportada me ha echado para atrás. Alguno de los títulos de Anagrama ha llamado mi atención, aunque de pronto he recordado cuantos libros hay en casa que aún no he leído y me he sentido un poco culpable por gastar ese dinero sin sentirme realmente arrebatada por ninguno de ellos.

De pronto un hombre me ha hablado.

Ha sacado un libro del estante y me lo ha dado. Ha murmurado algo que me he visto obligada a pedirle que repita. No recuerdo las palabras exactas, sólo que el desconocido quería que leyera ese libro. Lo he cogido confundida mientras le daba las gracias. Cuando se marchaba ha vuelto a murmurar algo sobre escribir y Marguerite Duras y yo he vuelto a darle las gracias, sin estar segura de si se trataba de un loco, un seductor o un solitario. Debía ser lo primero o lo último porque se ha marchado mientros yo me quedaba pasmada allí de pie entre los estanterías abarrotadas.

El libro que tenía en la mano era delgado, de la editorial Siruela. Es una de esas editoriales a las que tengo un cariño especial, me gustan sus ediciones y fueron los autores de mi recopilación de historias de vampiros favorita. Es curioso que lo primero que he pensado es en la editorial y en que el libro estaba un poco estropeado. Odio los libros nuevos que ya vienen estropeados. Después he leído el nombre del autor, era una mujer de la que nunca había oído hablar: Clarice Lispector. El nombre me sonaba vagamento, pero creo que porque se parece a un personaje de novela policíaca. Clarice Lispector. Lo he abierto por la primera página y he empezado a leer.
"Escribo porque no tengo nada que hacer en el mundo: estoy de sobra y no hay lugar para mí en la tierra de los hombres. Escribo por mi desesperación y mi cansancio, ya no soporto la rutina de ser yo, y si no existiese la novedad continua que es escribir, me moriría simbólicamente todos los días."
He sentido vértigo. No he querido seguir leyendo, no he querido más. He tenido miedo, miedo de que el dolor de mi vacío me oprimiera más el pecho y me hiciera llorar esta noche cuando me había prometido que iba a ser feliz. Miedo del vacío de esa mujer, miedo de todos los vacíos y miedo de mi cobardía, la de la niña que soñó un día con escribir y jamás se ha decidido a ello. Miedo de ser un personaje, de que no haya dolor sino invenciones mías, miedo de ser como todos, miedo de ser un fraude.

Vergüenza de haber creído no serlo.


Hubiera debido matar a Enttropia, sí, pero sin ella, ¿a quien contarle ahora esto? No puedo repetirlo en voz alta. A nadie. No puedo, no quiero. Y sin embargo necesito sacarlo, darle forma, tratar de entenderlo. Sólo puedo escribirlo, aunque mis palabras sean torpes y repetitivas. No me atrevo a hablar, no quiero hacerlo en voz alta. Me dicen que callo, que escondo, que juego a ser un personaje. Y yo me río y digo que estoy al borde de la muerte, que la tuberculosis, cof, cof, está acabando conmigo. Y me acuerdo de Nacho, mi cantante atormentado y atiborrado de droga, y sueño con enamorarme de un hombre así y ser una bohemia y sufrir tormentos... Pero lo que a veces me hace reir, otras me asusta porque ya no sé qué es real y qué no. Ya no sé quien soy yo, si la que sueña con oscuridad o la pequeño-burguesa. Ya no sé si hay oscuridad o la invento. Ya no sé si conozco a nadie de verdad o ellos me conocen a mí. Y la soledad me da frío. Y la incertidumbre, terror.

Sólo sé que a veces me duele estar viva.

Y que mientras, el tiempo pasa.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

UN SENTIMIENTO CONTRADICTORIO SE APODERABA DE MI, POR UN LADO ESTABA ALEGRE AL NO LEER ESAS PALABRAS QUE CON TANTO DOLOR ESCRIBES, POR OTRO NECESITABA ENTRAR TODOS LOS DIAS EN TU PAGINA PARA SABER DE TI Y ENCONTRAR ESOS RELATOS QUE TANTO ME HAN GUSTADO.
YA ESTAS AQUI OTRA VEZ......
TE ECHABA DE MENOS.

Africanoaf dijo...

Hermosa reina entropica...
Hace dos dias que intento dejar un comentario pero la conexion en estas latitudes del mundo (nor/oeste de Brasil) esta bastante mala, por no decir pauperrima y ms intentos fueron fallidos...
Por ende e esrito mas de una vez lo que quisiera decirte, pero claro, son tantas cosas que me traen a la cabeza tus palabas que cada vez que escribi algo, era dstinto...
Primero, y asi he comenzado cada vez que lo intente, es decirte que nadie puede matar algo que es.
Hace casi dos años decidi ser Africano en algun aspecto de mi vida, porque Africano me da lo que Pedro talvez no pueda, porque prefiero llamarme Africano y no Pedro para acer tal o cual cosa, pero siempre tuve la erteza que mas alla del nombre que me pusiera sigo siendo yo...
de eso tambien haban gentes que nos an llenado ms de una noche solitaria, como Pessoa, Pizarnik, o ahora para vos Lispector (al margen, que felicidad que te haya pasado eso y con esa mujer... es genial).
Al fin somos quienes somos con nuestros pequeños moentos de alegria y grandes inmensidades de tristezas aunque esas tristezas si nos fijamos bien no son tan grandes y esas alegrias no son tan pequeñas...Solo nuestros ojos las ven asi...
Se que en algun momento todos nosotros vamos a encontrar el cetro de nuetro ser, pero tambien se que todo eso lleva mucho trabajo...
Como dice el amigo anonimo... Te echabamos de menos, feliz por su vuelta... Salúd!

Africanoaf dijo...

perdon por las faltas ( de letras y ortograficas) pero pido clemencia ante la precariedad del ordenador en cuestion...

Javier Luján dijo...

Sí, a veces es difícil comprender por qué vivimos, para qué hemos nacido. Sin estas incognitas me imagino que la vida sería insoportablemente tediosa y carente de significado. Lo malo es que a lo peor las respuestas no nos gustan, pero siempre nos quedará el escribirlas, contándonos una y otra vez esa historia que tal vez nos gustara oír de la boca de los otros.
Un beso.

Jorge dijo...

Serás hermosa....Suicidate de una vez!!!

Jorge dijo...

me gustaría conocerte... cual es tu mail?
genvivo@hotmail.com

Esther Hhhh dijo...

Volviste. Empezaba a echarte de menos...
Un beso