«Fallar es rendirse. Pero tú estás dentro del movimiento. Así que nada falla. Todo sigue. Se ha hecho un trabajo. Si es bueno, aprendes de él. Si es malo, aprendes aún más. El trabajo hecho y dejado atrás es una lección a estudiar. No hay fallo a menos que uno se pare.»
Ray Bradbury
Medida del desorden de un sistema. Medida de la incertidumbre existente ante un conjunto de mensajes, de los cuales se va a recibir uno solo.
jueves, julio 12, 2007
Fallar es rendirse.
miércoles, julio 11, 2007
Uno de esos días.
Hoy es uno de esos días. Uno de esos días en los que la angustia es una bola informe en el pecho y el miedo duele en las entrañas. Uno de esos días de guerra contra uno mismo. Uno de esos días en que trenzas una campana de cristal a tu alrededor.
No quiero estudiar. Tengo miedo. Me asusta no lograrlo y después volver a creerme una fracasada. No quiero hacerme más daño. Tengo miedo. Quiero llorar. Quiero un abrazo. Tengo miedo. No quiero hablar con nadie. Quisiera perderme en una novela. Hubo una época en que leía novelas de amor. Me volvían loca las de la época victoriana, con misterio incluído, mansión en la campiña inglesa y final feliz. Después llegó Jane Austen, y aquellas novelas victorianas adquirieron un sesgo de divertida ironía. Tras su final feliz había personajes con entidad, una personalidad propia que pasaría a la historia de la literatura.
A veces alcanzo a comprender el porqué de Blanca, la necesidad de su mordisco en la carne. No es el deseo de morir. Es el de dormir. Alejarse. Soñar.
La realidad tiene aristas que cortan la carne. Y trocitos de espejo roto en las venas. Fluye la sangre negra. La sangre roja. La sangre muerta.
Dijo el hada: aprovecha tus fortalezas. Disfrutas cuando aprendes, aférrate a ello. Eres muy sensible a la belleza, utilízala para calmar tus ansias. Pero no hay belleza. No hay sabiduría. Sólo un miedo patético. Y esta angustia pegajosa que revolotea sobre mi piel.
No quiero estudiar. Tengo miedo. Me asusta no lograrlo y después volver a creerme una fracasada. No quiero hacerme más daño. Tengo miedo. Quiero llorar. Quiero un abrazo. Tengo miedo. No quiero hablar con nadie. Quisiera perderme en una novela. Hubo una época en que leía novelas de amor. Me volvían loca las de la época victoriana, con misterio incluído, mansión en la campiña inglesa y final feliz. Después llegó Jane Austen, y aquellas novelas victorianas adquirieron un sesgo de divertida ironía. Tras su final feliz había personajes con entidad, una personalidad propia que pasaría a la historia de la literatura.
A veces alcanzo a comprender el porqué de Blanca, la necesidad de su mordisco en la carne. No es el deseo de morir. Es el de dormir. Alejarse. Soñar.
La realidad tiene aristas que cortan la carne. Y trocitos de espejo roto en las venas. Fluye la sangre negra. La sangre roja. La sangre muerta.
Dijo el hada: aprovecha tus fortalezas. Disfrutas cuando aprendes, aférrate a ello. Eres muy sensible a la belleza, utilízala para calmar tus ansias. Pero no hay belleza. No hay sabiduría. Sólo un miedo patético. Y esta angustia pegajosa que revolotea sobre mi piel.
martes, julio 03, 2007
Trucha.
Madre e hijo
Gustav Klimt 1905
Niña, mi niña, niña hermosa. Te sentaste a mi lado en aquel autobús rojo y me hablaste de mi libro favorito. Toda tú eres luz y de ella me enamoré. Desde aquel día tú has sido mi faro. Te convertiste en mi interlocutor. La que entendía y a la que entendía como a nadie, la que acogía mis secretos y me hacía partícipe de los suyos, la que le quitaba velos al mundo y con su avanzar despejaba un camino para mí. Mi niña preciosa, pececillo de agua dulce. Le das sentido al mundo. Eres família. Me has cantado la gavina con los pies desnudos sobre la arena. Te has emocionado con paisajes reales e imaginarios, con palabras y versos, con los animalillos más desvalidos. Has sido la más valiente de las niñas, la más generosa de las mujeres. Sabia y luchadora, hermosa, dulce y divertida, mi pequeña, eres y vas a seguir siendo todo eso, eso y mucho más.Gustav Klimt 1905
Ahora eres también madre. Enhorabuena.
Te quiero.
Y a ese renacuajo también, que ya me tiene robado el corazón aún sin sentarse a mi lado en ningún autobús.
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